Mi disquería

Voy en el colectivo con mis auriculares y la mirada en la ventana. El bus avanza por las calles y yo sumido en pensamientos que tienen groove porque la música los empuja, los hace mutar o agarrar ritmo. “La vida sin música sería un error”, dijo Nietzsche. 
Afuera, la calle está loca.  Adentro también: una señora se sentó en uno de los asientos de primera fila y comenzó a narrar hechos desordenados en voz alta como si un interlocutor la estuviese entrevistando. Pero no, ella con la mirada en un punto remoto hablaba sin parar de un expediente, de una causa, de su daño psicológico y del abogado que se iba a ocupar de su asunto. 
Yo, vuelvo a la música. Un disco nuevo es una excusa para seguir viajando cuando incluso hacemos distancias cortas. Un hip-hop o un blues americano del 30, un funky brasileño del 70 como el de Tim Maia o esto último del canadiense Mac Demarco me hace girar por países y carreteras dispares. 
Pienso en ese otro yo que me sopló Fico Cossio en Cuzco, Perú, cuando nos conocimos por una entrevista. Apenas nos vimos él vio en mí a un amigo suyo de Salta. Un paralelo perfecto porque no sólo eran los rasgos, dijo, sino el modo de hablar y esa curiosidad cultural por la música y los libros. 
“Tu doble, tuvo una disquería en Salta hace un par de años, en donde toda la bohemia de la ciudad pasaba por ahí y se armaban unas charlas alucinantes”, me contó Fico en su galería del barrio San Blas y a mí, creo, me brillaron los ojos. Adiviné en mi doble uno de esos negocios que nunca me harían sentir la esclavitud del sistema. Algo así como Murakami en Tokio, antes de ser best seller, tenía su bar en el que se daba el lujo de poner el jazz que se la antojara y sobrevivir con un espacio propio hecho con el magnetismo de un sonido buscado y pensado. El sonido interpelando transeúntes que después son parroquianos por un denominador común tan poderoso como la música. 

El otro día soñé con mi disquería- librería. Recuerdo que era un espacio chico al final de una galería en una ciudad grande. Había olor a café y también llegaban esos amigos que le daban identidad al espacio. Un par de artistas y poetas errantes que encontraban en mi espacio una suerte de pequeño planeta en donde se hablaba de otras cosas. Ahí estábamos entre discos, cuando me desperté en mi casa mirando el techo con una premonición: “Algún día tendré una disquería”. 

M.K

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