Disgresiones
Que el
insomnio. Que el amor. Que la soledad o los viajes. Que el trabajo. Que la
música. Que escribir ¿Para quién, para qué?
Uno juega a ciegas una carrera con la originalidad ¿Qué es lo original?
¿Escribir sin pensar? ¿Echar mano a los sentidos para escribir? La poesía es
volverse un poco loco. Es dejarse llorar con las venas. Sentir el ruido de los
pájaros mojados en alguna jaula. Oír el gemido de los gatos en celo. Después,
ordenar el caos. Ir sacando piezas de la Torre de Babel que es un yenga. Un maldito
equilibrio. Un ajedrez al borde del abismo. Un cuchillo sin punta. Cada vez que
termina una película que me gusta, me siento más solo. Siempre. Como si
apareciera un cuervo por la ventana, se colase por las ranuras y se quedara en
mi hombro para graznarme toda la noche. Al principio le temía. No me gustaba su
presencia. Ahora lo toreo. Juego con la capa roja mientras él danza por el
techo de mi cuarto. Lo veo juntar carrera como un pelícano y zambullirse otra
vez a mi hombro que lo recibe como una pista de aterrizaje. El derecho es, el
izquierdo no se atreve. Siente la posible traición frente a lo desconocido.
Tango electrónico.
En el
medio suena el viento. Empuja los cristales. Siento la yema de los dedos en el
vidrio. Siguen. Ejercen su presión. Adivina el parpadeo. Ya no es lunes ni
jueves. Son tres puntos suspensivos...
Cinco
días en cama son como cinco muertes consecutivas. Si fuera gato, apenas me
quedan dos. Como las últimas bengalas. Pienso qué haría si me quedan las
últimas balas. A quién o a qué le gatillo. Puede ser alguien o algo. Un
fascista que lo merezca o un jarrón de vidrio que es preferible destrozar de un
balazo porque el sonido mismo será el de la libertad. Miro por la ventana como
un francotirador débil y finjo que gatillo. El disparo es invisible y la muerte
es invisible. Apenas una posibilidad.
¿En el
medio mi otro yo qué hace? ¿Se afeita? ¿Va temprano al trabajo? ¿Duerme con una
mujer mientras un niño llora al lado? No. Apenas sé de mi existencia. Aún no
leo la borra del café o el péndulo de una llave en el libro. Solo estoy yo con
un corazón gastado, un par de jeans gastados, unos cuadernos ocupados y el poco
lienzo blanco. Soy un soldado que escribe. Un tipo duro de la guerra en otra
vida que en esta ablandó el corazón con la pluma.
¿Qué es
lo oscuro? ¿Qué es lo blando? No sé, lo blanco es un papel que no se escribe.
Una mente que se detiene en tu precipicio. Ahí, cuando aún no hay escozor ni
escalofríos. Solo la nieve y yo en lo más alto ¿Qué pasó? Nadie llora, nadie
gime, nadie cae. Ya pasó el plop. La mudanza y los roperos. El ladrido quedo de
ese perro que ahora duerme, los ojos vigías de una tía con sueño químico, el
lado robusto del obrero que piensa y tiembla. Zas a los paradigmas como el muro
de Berlín. Un terremoto.“El más cuerdo es el más delirante”, el óxido de las palabras viejas
que se pudren de tanto uso. Pierden pólvora, pierden alas. Se enturbian como
una muela lejana que no se limpia.
"¿A dónde
van las palabras que no se quedaron?" ¿Adónde? pregunta el mister y solo se oyen
las flatulencias de una panza que sube y baja como un mar agitado. Tal vez haya
una isla, un pequeño continente, una casa de arena y árboles en la que
aterrizan todas como pájaros errantes. Todas apiladas como nómades que quieren
cambiar la piel o los tallos. A lo mejor son otra cosa. A lo mejor ya son otra cosa.
Por Matías Kraber
Comentarios