Llamada


Fue un día con sus señales. Frases que llegan como picaflores a una flor del árbol. Esa, que está acá nomás. Arriba de la mesa como la carta de Poe. Un buen comienzo de un cuento podría ser: por equivocación o por cálculo, pero siempre vuelvo a pasar por esa puerta. No sé cuántas veces pasé. Siempre me recuerdo en bicicleta mientras pedaleo lento por esas callecitas que pueden ser cualquier pueblo bonaerense, y de pronto alzo la vista y veo su puerta gris siempre cerrada. Una ventana abierta más arriba con una pared en la que se ve un mural pequeño. No la veo, pero la imagino descalza, yendo de la pieza al patio a hacer la fotosíntesis. Es la escena perfecta de las 4 de la tarde. No sé porqué, pero siento que es la escena perfecta de las 4 de la tarde.

Ellos dos estuvieron toda la tarde al pasto. Un gran mar de pasto a la hora de la siesta que los abdujo. Otoño, pajaritos, el ruido de un bochazo que un veterano acertó con “plackk” y despejó el chico. Un parque que puede ser tuyo cuando quieras, ¿no?

-El punto lo pones vos en la hoja blanca- le dijo ella- vos marcas la perspectiva desde donde comienza a abrirse tu propio dibujo. Es que sí, es tu propio dibujo en el lienzo. La libertad de hacer una circunferencia y de ahí empezar la danza que quiera el lápiz.
Pensó otra frase que escribe un comienzo: la historia péndula entre lo irreal o finito ¿o lo irreal es lo finito? No lo sé, se dijo a las horas mientras caminaba de noche a tomar un helado. Un antojo que lo desveló casi a la 1 de la madrugada. Se puso las manos en los bolsillos de la campera y caminó las cuadras oscuras que lo separan de su casa y la heladería. Se sintió de viaje, en una de sus vacilaciones imperfectas. Con la pausa justa de entender que el pie ya marcó el movimiento y los pasos después van solos dando con el cauce. De fondo se oye el gorgojeo del agua subterránea. Las napas que crujen como tripas cuando hay hambre "¿hambre de qué?".

En el sueño hablan por teléfono. Ella en una cabina que da a una calle angosta y empedrada. Tiene frío y le sale humo por la boca mientras le habla por el tubo a su compañero lejano:

- Yo sé que estamos cerca. Dudo a veces de las distancias. No sé si te lo puedo explicar. ¿Viste que hay cosas que no se explican?
-         Sí, creo que sé lo que me queres decir. Hay algo que se percibe mientras más alineados al deseo estemos- le dijo él mientras miraba su reflejo en la ventana y se veía los ríos en la frente.
-         Yo creo que es el motor del encuentro- dijo ella más 9 de la noche
-         Es que sí, sino no estaríamos hablando de encuentro
-         Ajam- sonrió y sintió un cosquilleo en la panza.
-         “El amor es un centro, una migaja entre dos hambres”- parafraseó de memoria
mientras cortaban sin decirse chau ni tampoco empezaban la conversación con un hola. Eran trama. Casi que un misterio entre los pliegues de sus auténticos pasos por separados, pero en esa conciencia solitaria, se dispusiera un muelle por el que convergen dos botes en el río.  

“¿Qué es la larga distancia en tiempos del Internet financiero?” El escribió en su libreta de bitácoras. La llevaba siempre en un bolsillo como Pablo Escobar. Alguna vez se sintió un gil por sacarla. Las miradas de sospecha o curiosidad que le vinieron como flechas. “Pero qué importa”, se dijo y siempre siguió anotando ideas que después eran como semillas dispersas en ese pequeño bloc de  notas. Cada una de esas semillas después florece en algún lado: un florero en una cocina le gusta pensar; o una planta de marihuana en un balcón. Pero una extensión a otra vida.
Sin embargo, en el plano real, ahí estaba en el teléfono. Sentado en un locutorio como acodado a un rincón vintage de una esquina platense en la que continúan los años 90. No sé si pasó el tiempo en esa cuadra e incluso en algunas otras en las que el cemento se agrieta y asoman los yuyos como pelos perdidos del suelo. Ahí estaba, cuando pasó el pelado con su frescura. Me miró y se cagó de risa. Le pareció ver una postal desde un televisor de tubo en el que vimos los mundiales de Estados Unidos o el de Francia. Nos cagamos de risa juntos. Uno con el auricular en la oreja y el otro con toda la paciencia del mundo yendo al Banco Provincia sede central que es someterse a filas indias eternas sin usar el celular. Prohibido. Ahí no podes alienarte con el aparato un poco blackberry. El problema empezó ahí, con la mejor metáfora que le calzó al ser humano posmoderno: la pelota de plomo en uno de tus pies, mientras ingresas a una cárcel más invisiblemente efectiva.
El pelado no está ahí. Él cree en otras realidades que se inventan de forma paralela hasta que suceden los mundos aparte. Otra cosa. Con él circula otra energía. Le recuerdan a la escena en Palenque cuando tras el efecto de los isidros pudo entender su función de médium entre las piedras y el agua. Mientras estiraba los pies y las manos en el agua de la cascada no paraba de sentir la unión a lo cósmico de la tierra.

La larga distancia continuó en un auto desde la Autopista. Él salió junto con un amigo del camino que le significaba el arte de la conversación perfecta para el trecho. Entre un punto y otro hablarían de todo en las distintas rutas que serpentean entre dos fronteras. Incluso la conversación sería un fuego al que cada tanto le tirasen palitos de madera de distintos grosores. Puede que haya como baches de silencios en el que se digieren algunas palabras con el mate. Entra el gusto de la yerba junto a la sordidez de una frase que tocó alguna campana o alguna puerta.

Mientras maneja piensa en su encuentro, “puede ser distinto”, se dijo despacio mientras su amigo lo mira con los ojos aindiados.
-         ¿Sabes qué pienso?- le dijo tras romper el silencio- que un otoño de flores nos juntaremos muchos y armaremos algo impresionante.
-         Algo ¿cómo qué?- le retrucó el otro enseguida
-         Algo…no sé, pero las revoluciones son mínimas- contestó desde el volante y con una mano hizo el gesto de mover una perilla que deja el fuego en piloto- no es necesario irse a Alaska.  Tal vez con ir del fósforo a la hojarasca alcanza.


Matías Kraber

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