La música de los hermanos

Son cuatro. De padres santiagueños pero criados en Los Hornos y atravesados por la academia musical platense. Heredaron la música de un tatarabuelo, la perfeccionaron y hoy llevan el legado del folclore latinoamericano del Chango Farías Gómez 

Por MATIAS KRABER



 Alguna leyenda no muy lejana debería decir que la familia de músicos son pájaros viajeros del tiempo con las arrugas de la tierra, el pico de la magia y la yerba de las costumbres. Entibian almas que se vuelven frías con el repiqueteo del bombo, cuerdas con pulso de artesanos y una voz de madre naturaleza acompañada por un coro de hermanos. Los genes como herencia gaucha y la música como marca de un camino largo. Primero el folclore y el tango, después el jazz, y lo latino, hasta que apareció el Chango Farías Gómez -que no es pariente sino una casualidad del destino- los tocó con su vara de chaman e hizo síntesis para siempre. 

SINTESIS FAMILIAR 
Ellos son Los Gómez y acá en La Plata, en Los Hornos, o en el mundo de la música popular Latinoamericana ya son una patente registrada que funciona en equipos y formando equipos desde ésta ciudad al mundo entero. (Cuarto Elemento, Orquesta típica de Música Popular Argentina Los amigos del Chango, EntreNos, Silvia Gómez, Sexteto Monte Adentro, más tríos y dúos con notables. Luis (55), Silvia (53), Néstor (47) y Omar (41) por orden de nacimiento. Hijos de Azucena y Luis Ángel y tataranietos del primer pájaro que hizo música ya hace más de un siglo: Tatacu Carmen Gómez.

 LA SEMILLA 
Tatacu fue un botero famoso de Loreto –Provincia de Santiago del Estero- y con su bote salvó a varios habitantes en un histórico desborde del río que hizo mudar al pueblo de lugar. Y Tatacu fue un chango criollo y santiagueño que cuando empezó a tocar su violín del monte sembró una semilla que sería mandato para siempre: Embrujando trincheras hasta el amanecer, dice una chacarera santiagueña –el Violín de Tatacu- hecha por Fortunato Juárez –tío de ellos- que resuena en la voz de Peteco Carabajal. Luis (55), Silvia (53), Néstor (47) y Omar (41) por orden de nacimiento. Hijos de Azucena y Luis Ángel y tataranietos del primer pájaro que hizo música ya hace más de un siglo: Tatacu Carmen Gómez -Hay una generación que es entre los hermanos Juárez y nosotros -que es mi viejo el único Gómez y su hermano Antonio- tenían un grupo que se llamaba los Changos Loretanos. Nosotros de chicos vivimos mucho la cuestión de los ensayos en la casa de mi abuelo. De ahí viene nuestra inclinación. Y es el oído de la infancia el que capta todo. Para nosotros sobre todo la música del noroeste y el tango es el sonido de nuestra infancia- dice Néstor Gómez, el tercero de los hermanos, mientras se acomoda la visera que le da un aire de ferroviario. 

NESTOR, EL QUE PARO LA OREJA 
Una guitarra que habla y cruza culturas en seis cuerdas. El Chango Reinhardt, Dino Saluzzi y Astor Piazzolla como los maestros que subyacen en la rítmica o la naturalidad de la chacarera y el gato como un mate o la sobremesa de entrecasa. - Cuando Néstor era chiquito, tendría 5 años , ensayaba mi marido con su conjunto y mientras se ponían a afinar, él arrimaba su sillita y agarraba su guitarrita que le había comprado mi marido- cuenta doña Azucena, la madre de 76 años, desde la cocina de su casa en Los Hornos mientras ensilla el mate y su hijo mayor remata la anécdota: -Entonces se puso en posición de “vamo a ensayar”, “vamo a ensayar”, los grandes se empezaron a reír y él los miró serio y les dijo: no, no se rían que esto no es juguete- cuenta Luis y suena una risa familiar. Néstor nació en el 66 en Brandsen y la escuela de música estaba al alcance de la mano: su casa, con su viejo, su tío Raúl Juárez y su hermano Luis. Hizo lo que su viejo y su hermano no hicieron: ponerse a estudiar la música. Revisar, escuchar todo, sacar de oído, conservatorio, facultad de Bellas Artes y la docencia de guitarra jazz y folclórica. Siempre la guitarra, salvo un paréntesis de 9 años: un retiro espiritual que significó “mirar la vida desde otra perspectiva” en las sierras cordobesas. “Decidí irme tras unos años en Buenos Aires que trabajaba de músico pero ésta se había convertido en una suerte de kiosko que no me gustó. Entonces me fui a un retiro. Y Cuando decidí volver a la música, decidí volver por propia decisión y con una idea clara de mi vínculo con ella”, dice Néstor sobre su regreso definitivo a la profesión, por 2001, cuando en medio de la crisis acá lo esperó su hermano Omar con el motor prendido. Una mano que crea una mano, otra mano que salva: los hermanos en cadena son una fuerza para adelante.

OMAR, EL QUE DIJO A ESTE TREN ME SUBO 
“Tenía 14 cuando espié el mundo de Néstor de tocatas en vivo y ensayos, y me fui con ellos a laburar de plomo un verano a Gesell. Me acuerdo que había una publicidad en la televisión de 43/70 que tenía un bajo y yo siempre lo tarareaba. Rubén, el marido de Silvia –también músico- me dice un día: “Che Omar, vos cantas muchos bajos ¿por qué no te pones a tocar?”, y ahí empecé”, cuenta el negro Omar Gómez, siempre con la chispa del chiste a flor de labio. “Cuando Néstor volvió de Córdoba empezamos a tocar juntos y a partir de ese momento empezó una cosa. Un fuego que se prende” Es el más chico. Vive con su vieja en Los Hornos y tiene su computadora en el living dónde puede pasar horas mezclando o en busca de sonidos nuevos. Fanático de Jaco Pastorius, negro argentino con una coctelera de ritmos que ya por el quinto año del secundario tocaba como sesionista en La Salsera y sus compañeras de curso no le creían que se ganaba el mango tocando. Más tarde el camino se volvió inexorable: “Cuando Néstor volvió de Córdoba empezamos a tocar juntos y a partir de ese momento empezó una cosa. Un fuego que se prende”, cuenta Omar sobre un reencuentro de familia que dio sus frutos y sus recuerdos imborrables: arrancaron a tocar con el Mono Inzaurralde, llegó el primer disco de Silvia (Tras la esperanza- 2004) dónde intervinieron todos, incluso Luis Ángel -el viejo- en una despedida intensa: mientras una enfermedad en los huesos lo acechaba, los acompañó con su bombo hasta el último minuto en noches imborrables que ahora se vuelven humedad en los ojos de su hija. 

SILVIA, MUJER CANTORA
 En Brandsen, a los ocho años y arriba del techo del auto de su viejo fue cuando arrancó a cantar con su hermano Luis. Siempre las peñas, los veranos en Santiago, la vocación de educarse y educar la voz, la profesión de técnica en anestesia –jubilada hace un mes en el Hospital de Niños-, el canto sentido de Mercedes Sosa como un faro y más tarde la música que comenzó a tener cada vez más fuegos que marcan: -Estábamos tocando con papi en la peña del colorado en Buenos Aires y de repente uno del público que levanta la mano: “¿puedo tocar?, dijo”, y era el Chango Farías Gómez. Nosotros no lo podíamos creer. Pero sí, pase maestro- relata Silvia sobre un cruce del destino: mientras lanzaba su primer disco- Notas de familia-, su padre y los últimos escenarios, el Chango apareciendo como un milagro que se hizo más rutina y entrecasa para Los Gómez. 

EL CHANGO, ANTES Y DESPUES 
Una cena a la salida del concierto de Cuarto Elemento, y mientras Omar volvía del hospital de verlo al viejo sonó el celular: era el Chango invitándolo a tocar en una de esas zapadas fundacionales que más tarde germinó en “Los amigos del Chango”, junto con su hermano Néstor, el Mono Inzaurralde y su hijo Jerónimo, Ricardo Culotta, Cacho Ferreyra (saxo y voz), Fabián Cartier (piano), Bernabé Romero (violín) y Daniel Gómez (bandoneón) que marcaron una epopeya para éstas tierras: fundar la Orquesta Típica de Música Popular Argentina concertada. Su transversalidad le cambió la dirección a todos. Condensó lo que parecía inimaginable: a pedido de él Néstor empezó a escribir para orquesta, tanto así que hoy le mete más horas a eso que a tocar la guitarra; Omar entendió una síntesis y juntó el jazz y el folclore en un solo toque, Silvia profundizó su canto- hoy prepara su tercer disco- y Luis –casi a punto de jubilarse de docente en escuela técnica- empieza a fusionar estilos en su guitarra con la enseñanza de Néstor, mientras la acompaña a su hermana en la primera guitarra de los conciertos y los tres discos (Tras la Esperanza, Notas de Familia y Andar que presentará el próximo 9 de noviembre en el Teatro de Luz y Fuerza) 

LUIS, GUITARRERO DE ALMA
 Luis se fogueó con los tíos Juárez. Sobre todo Raúl, a quien recuerdan como una oreja prodigiosa que ordenaba las voces todas. Se recibió de Ingeniero Mecánico y dedicó gran parte de su tiempo a la docencia en escuelas técnicas. A un paso de jubilarse, hoy quiere zambullirse con todo en la música. Cancelar la deuda pendiente de profundizar su vínculo con ese amado oficio que es tan natural como un domingo en familia aunque digan que las guitarras no suenan tanto ese día como piensa la gente. “Me compré ésta- dice y saca de la funda una guitarra española brillosa de concierto- así que a meterle más con el profe”, dice Luis y los mira a sus hermanos –y ellos, que se comunican con miradas- le dicen: “quédate tranquilo, Luis que la familia te espera”.

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