La mama tierra llama

Escribir viajando


Un relato que pueden ser muchos. Alguien como vos  y como yo que vivió en Colombia tres meses. Sudamericano, argentino y alvearense contando su propia experiencia en forma de crónica

Por Matías Kraber 





Sí, un buen día me fui a la mierda. Sin enojos ni escapes, más bien como quien sube una montaña me predispuse a viajar. Acción y reacción, barajar y dar de nuevo.
Enfrentarse a un nuevo abismo, que es uno mismo viendo la cancha desde otro lugar. Sin apuros, ni clichés, ni inercias, ni rutinas o dogmas.  Bajar la velocidad a cero,  parar la pelota, permitirse dudar y después el camino que se vuelve una brújula del corazón: el pie se inclina dónde se inclina el corazón, dice un chileno sabio llamado  Alejandro Jodorowsky. 

Sentir y pensar
Allá por finales de los sesenta, en una playa del caribe colombiano estaba sentado frente al mar el escritor uruguayo Eduardo Galeano cuando un pescador, mulato y sanmario –oriundo de Santa Marta-  le reveló una verdad visceral que hizo pedazos el tic-tac de su tiempo: “ soy sentipensante”
-¿ Cómo sería eso? ¿ existe esa palabra?, preguntó intrigado Galeano
- No sé pues si existe, pero sería como pensar y sentir al mismo tiempo. Tal vez la inventé yo- dijo el pescador y su palabra se volvió antídoto:  desde ahí quiso escribir, desde aquella revelación se propuso vivir.

Dualidades
Soy periodista y músico. Dos oficios más que dos profesiones.  Una mezcla, una combinación que termina por ser mi manera de ver y sentir el mundo. Desde el sonido y la palabra.
Una  mochila, una guitarra viajera, un anotador, una cámara de fotos y los propios ojos: así fui a Colombia el 14 de diciembre de 2012.  Un país históricamente mal visto por su relación con el narcotráfico, que juega fútbol y beisbol como una perfecta mezcla  Sudaca y yanqui. Comos esos diablos que existen, se parlotean, coquetean y terminan por tranzar.
-          Estamos trabajando por aquí. ¿Podemos o no?- pregunta un actor callejero que atravieza la carretera en un pueblo caliente del norte colombiano junto con otros dos compañeros de tablas, mimos como él.
-          Pues claro hombre que se puede, que más faltaba y más si son artistas. Estamos  en un país libre, democrático- responde un guerrillero joven de la FARC y  baja el caño del fusil al piso- ¿Qué más?,  adelante, pasen, pasen-   y termina una escena del nudo de Los actores del conflicto, película crítica colombiana de unos mimos que  deciden simular ser guerrilleros cuando un empresario de cine los estafa dejándolos al cuidado de un cajón con decenas de AK-47 y allí comienza el plan, el sueño y el show: entregar las armas al Estado a cambio de que éste los extradite a España para que puedan triunfar como actores y sin conflicto, allá en la madre tierra.    

LLa Mama tierra

“Grite, grite, no lo ves, Va cayendo lentamente, madre tierra, madre earth”, dice la letra de la canción Mama tierra - del grupo español Macaco- que dos parceros colombianos, Lucho y Richo,  cantan como propia y se les infla el pecho mientras salen sus voces colombianas bien catárticas metiéndose adentro nuestro,  de los parceros que estámos ahí,  en un parche – llamado así al encuentro entre amigos con ritual de familia- que sucede en una quinta verde entre montañas del pueblo La Mesa, a una hora de Bogotá.
En la escena siguiente es domingo de noche, volvemos en auto la hora de regreso y al dejar la naturaleza se siente una angustia. No sé, pero pasa. Pasó. Un nudo, el pecho contráido, ganas de llorar en el silencio. Parece una despedida dolorosa. Algo que se abandona ahí mientras volvemos al engranaje urbano, a los relojes de una ciudad cosmopolita que llevará a cada uno a su tema, a su rutina, sus casas,  sus mundos laborales distintos. Con las fronteras mentales que lamentablemente seguirán estando mientras no pongamos en jaque al sistema dándole el mismo play de lunes a viernes. La cotidianeidad robótica. Lo establecido. El dejar hacer, dejar pasar (laissez faire, dicen los libros de Historia a la doctrina liberal francesa puesta al servicio del liberalismo más capitalista e individual).
En el auto hay silencio. Un silencio que hasta se mastica, se percibe y tiene húmedad de tormenta. Nos miramos con Emiliano y Fernando –uno argentino  de Bahía Blanca y otro colombiano de Bogotá - sentados en el asiento de atrás y nos agarramos las manos. La apretamos hasta traspasar la energía como electricidad y sangre. No hay palabras, sólo hay gestos. Y en esos gestos la hermandad no se pacta, se siente, germina como un plátano. Como el ombú. O mejor aún: como el tango y el café.

Radiografía de La Tierrita
 Un país más colonial y español,  con frutas que acá no existen – maracuyá, zapote, lulo- ritmos que encienden las ganas de bailar -salsa, vallenato y cumbia- café, mar turquesa, mar verde, mar azul,  Santa Marta:  Carlos Vives, el Pibe y Falcao,  arepas, La Guajira, las dos Cartagenas : una colonial de carruajes en la ciudad amurallada y otra con pobreza y  olor a pescado podrido,  llanura y pasto, el tuteo que no: “sí señor, si señora”a los padres, “ A la orden” como latiguillo de vendedor a cliente o de anfitrión a huésped. Con tres ciudades cabeceras: Bogotá, Medellín y Calí como el polo productivo y político de una nación que vive una democracia falaz que auspicia libertad al turismo mundial mientras importa tecnología y lógica de medios,  renuncia a la industria nacional, abre los grifos a la megaminería de capital extranjero mientras pueblos enteros (como el Cabo de la Vela) no tienen agua potable.
Un país que  se parte en dos en una guerra que tiene tiempos de furia y explosiones o de sangre que corre silenciosa por debajo de los zapatos- y un árbitro corrupto en el medio –los gobiernos conservadores y liberales que comienzan desde “el bogotazo”* con Mariano Ospina Pérez (* la revuelta popular del 9 de abril de 1948 que terminó con la vida del caudillo liberal Eliécer Gaitán) hasta ahorita mismo con la presidencia de Juan Manuel Santos, propietario del diario colombiano Liberal El Tiempo y miembro fundador del partido de “la U”.
Y como si desde allí- esa manzana por la mitad que es un país partido al medio- no se hubiese reconciliado más. Y la rueda que sigue girando y en el medio generaciones de jóvenes que no están, muertos a balazos de sicarios y un pueblo que queda al márgen. Al costado, al borde del camino, como viviendo en otros siglos que ya pasaron. Como arrancados de una novela de García Márquez; Macondo, Aracataca, los Cien Años de Soledad que se resisten pero también cada día -cada minuto de arena que pasa- es más pesado. Sin embargo…





Colombia madre
Ella –La tierra del olvido, la tierrita, que también se llama cumbia y tiene voz de hembra coqueta- es tu madre también. Tu pacha. Y late más fuerte, está más omnipresente en proporción de kilíometros cuadrados de país. Ella, que tiene montañas, llanura, selva con nieve, mar y ríos,  veranos caribes y primaveras eternas; poblaciones originarias viviendo cuesta arriba de los picos nevados como los Koguis y los Arhuacos en Santa Marta o los Wayus en la Guajira al borde con Venezuela, o El Parque Tayrona con sus más de 15.000 héctareas de naturaleza pura y biodiversidad.
Ella que vio morir y nacer a Gardel en el aeropuerto de un Medellín que hoy amanece con tango,  y ella que por los caminos del café en -ese eje que se extiende de Soacha a Ibague, y de Armenia a Manizales- hospedó a Leonardo Favio allá por 1982 cuando éste andaba de gira colombiana y sufrió un accidente en el baño del hotel en los llanos de Villavicencio.  Cuenta la historia que un empresario amigo apodado“choco” lo internó en el hospital local de Pereira y lo convidó después a suspender la gira y quedarse un tiempo.  Allí - el cantautor y cineasta argentino-  hizo un surco profundo: se quedó una década entera con toda su familia y dejó un puñados de recuerdos, amigos, frases, fotos y canciones que no mueren. Están vivas todo el tiempo.  Llegan desde el estereo de un taxi a nuestras orejas  una tarde medellinezca y de repente estamos resusitando a Favio con el chófer: “ Ella, ella ya me olvidó…yo la recuerdo ahora…”.

Puentes humanos
“ Que todo va unido, que todo es un ciclo, la tierra, el cielo y de nuevo aquí, como el agua del mar a las nubes va,  llueve el agua y vuelta a empezar, oye”, vuelve a decir la canción mama tierra de Macaco en las voces de los parceros y hay unión en las palabras. Conexión, energía, voltaje, risas, aguardiente pal chofer y una música que abraza. Un puente que abre las geografías, saca el mapa y sus límites y traza un cordón subterráneo con raíces.  Un círculo, un cabo que cuaja con otro cabo, una simbiosis  y Fito que llega justo sobre el final del parche en la guitarra para hacernos cantar a todos: Y uniré las puntas del mismo lazo, y me iré tranquilo, me iré despacio.

Ahora son las 6 y media del miércoles más frío  de 2013 en La Plata. Volví de Colombia hace ya 60 días y la semana pasada Dino me pidió una nota:
- Mati, ¿cómo andas? escribite algo para el semanario que estoy relanzando desde hace un mes,  sobre tu viaje. Como algo que muchos quisimos hacer  pero no nos animamos- escribió en el chat de hace una semana.
Que bueno le dije, que bueno pensé. Que bueno que un viaje sea el multiplicador de historias, no como uno el iluminado escritor o periodista que baja la piedra filosofal, sino contar una historia que al estar repleta de tantas otras voces,  esto escrito, ya no te pertenece más. Se vuelve un nosotros sudamericano.
Que bueno que mientras yo viajaba - Dino, Nicolás Trezza, hermano de juanchy y hermano mío porque esa amistad con juanchy fue más lejos siempre como ser parceros- se ponía al hombro de un medio de comunicación escrito desde General Alvear, Provincia de Buenos Aires, al mundo.
Y un día que da la sensación que se rompe el silencio y se  levanta un puente que son historias acordándose de nosotros mismos. La nuestra, la tuya, de acá, de un pueblo, una provincia, la región, el federalismo, lo simple, los personajes, lo de todos los días, tu viejo y el mío y ahora también nosotros los hijos. Esta misma Historia que se termina mientras me froto las manos del frío y pongo el agua para el mate.



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