La mama tierra llama
Escribir viajando
“Grite, grite, no lo ves, Va cayendo lentamente, madre tierra, madre earth”, dice la letra de la canción Mama tierra - del grupo español Macaco- que dos parceros colombianos, Lucho y Richo, cantan como propia y se les infla el pecho mientras salen sus voces colombianas bien catárticas metiéndose adentro nuestro, de los parceros que estámos ahí, en un parche – llamado así al encuentro entre amigos con ritual de familia- que sucede en una quinta verde entre montañas del pueblo La Mesa, a una hora de Bogotá.
Un relato
que pueden ser muchos. Alguien como vos
y como yo que vivió en Colombia tres meses. Sudamericano, argentino y
alvearense contando su propia experiencia en forma de crónica
Por Matías Kraber
Sí, un buen día me fui a la mierda. Sin enojos ni escapes,
más bien como quien sube una montaña me predispuse a viajar. Acción y reacción,
barajar y dar de nuevo.
Enfrentarse a un nuevo abismo, que es uno mismo viendo la cancha desde otro lugar. Sin apuros, ni clichés, ni inercias, ni rutinas o dogmas. Bajar la velocidad a cero, parar la pelota, permitirse dudar y después el camino que se vuelve una brújula del corazón: el pie se inclina dónde se inclina el corazón, dice un chileno sabio llamado Alejandro Jodorowsky.
Enfrentarse a un nuevo abismo, que es uno mismo viendo la cancha desde otro lugar. Sin apuros, ni clichés, ni inercias, ni rutinas o dogmas. Bajar la velocidad a cero, parar la pelota, permitirse dudar y después el camino que se vuelve una brújula del corazón: el pie se inclina dónde se inclina el corazón, dice un chileno sabio llamado Alejandro Jodorowsky.
Sentir y pensar
Allá por finales de los sesenta, en una playa del caribe
colombiano estaba sentado frente al mar el escritor uruguayo Eduardo Galeano
cuando un pescador, mulato y sanmario –oriundo de Santa Marta- le reveló una verdad visceral que hizo
pedazos el tic-tac de su tiempo: “ soy sentipensante”
-¿ Cómo sería eso? ¿ existe esa palabra?, preguntó intrigado Galeano
- No sé pues si existe, pero sería como pensar y sentir al mismo tiempo. Tal vez la inventé yo- dijo el pescador y su palabra se volvió antídoto: desde ahí quiso escribir, desde aquella revelación se propuso vivir.
-¿ Cómo sería eso? ¿ existe esa palabra?, preguntó intrigado Galeano
- No sé pues si existe, pero sería como pensar y sentir al mismo tiempo. Tal vez la inventé yo- dijo el pescador y su palabra se volvió antídoto: desde ahí quiso escribir, desde aquella revelación se propuso vivir.
Dualidades
Soy periodista y músico. Dos oficios más que dos
profesiones. Una mezcla, una combinación
que termina por ser mi manera de ver y sentir el mundo. Desde el sonido y la
palabra.
Una mochila, una guitarra viajera, un anotador, una cámara de fotos y los propios ojos: así fui a Colombia el 14 de diciembre de 2012. Un país históricamente mal visto por su relación con el narcotráfico, que juega fútbol y beisbol como una perfecta mezcla Sudaca y yanqui. Comos esos diablos que existen, se parlotean, coquetean y terminan por tranzar.
Una mochila, una guitarra viajera, un anotador, una cámara de fotos y los propios ojos: así fui a Colombia el 14 de diciembre de 2012. Un país históricamente mal visto por su relación con el narcotráfico, que juega fútbol y beisbol como una perfecta mezcla Sudaca y yanqui. Comos esos diablos que existen, se parlotean, coquetean y terminan por tranzar.
-
Estamos trabajando por aquí. ¿Podemos o no?-
pregunta un actor callejero que atravieza la carretera en un pueblo caliente
del norte colombiano junto con otros dos compañeros de tablas, mimos como él.
-
Pues claro hombre que se puede, que más faltaba
y más si son artistas. Estamos en un país
libre, democrático- responde un guerrillero joven de la FARC y baja el caño del fusil al piso- ¿Qué más?, adelante, pasen, pasen- y
termina una escena del nudo de Los
actores del conflicto, película crítica colombiana de unos mimos que deciden simular ser guerrilleros cuando un empresario
de cine los estafa dejándolos al cuidado de un cajón con decenas de AK-47 y
allí comienza el plan, el sueño y el show: entregar las armas al Estado a
cambio de que éste los extradite a España para que puedan triunfar como actores
y sin conflicto, allá en la madre tierra.
LLa Mama tierra
“Grite, grite, no lo ves, Va cayendo lentamente, madre tierra, madre earth”, dice la letra de la canción Mama tierra - del grupo español Macaco- que dos parceros colombianos, Lucho y Richo, cantan como propia y se les infla el pecho mientras salen sus voces colombianas bien catárticas metiéndose adentro nuestro, de los parceros que estámos ahí, en un parche – llamado así al encuentro entre amigos con ritual de familia- que sucede en una quinta verde entre montañas del pueblo La Mesa, a una hora de Bogotá.
En la escena siguiente es domingo de noche, volvemos en auto
la hora de regreso y al dejar la naturaleza se siente una angustia. No sé, pero
pasa. Pasó. Un nudo, el pecho contráido, ganas de llorar en el silencio. Parece
una despedida dolorosa. Algo que se abandona ahí mientras volvemos al engranaje
urbano, a los relojes de una ciudad cosmopolita que llevará a cada uno a su
tema, a su rutina, sus casas, sus mundos
laborales distintos. Con las fronteras mentales que lamentablemente seguirán
estando mientras no pongamos en jaque al sistema dándole el mismo play de lunes
a viernes. La cotidianeidad robótica. Lo establecido. El dejar hacer, dejar
pasar (laissez faire, dicen los
libros de Historia a la doctrina liberal francesa puesta al servicio del
liberalismo más capitalista e individual).
En el auto hay silencio. Un silencio que hasta se mastica, se percibe y tiene húmedad de tormenta. Nos miramos con Emiliano y Fernando –uno argentino de Bahía Blanca y otro colombiano de Bogotá - sentados en el asiento de atrás y nos agarramos las manos. La apretamos hasta traspasar la energía como electricidad y sangre. No hay palabras, sólo hay gestos. Y en esos gestos la hermandad no se pacta, se siente, germina como un plátano. Como el ombú. O mejor aún: como el tango y el café.
En el auto hay silencio. Un silencio que hasta se mastica, se percibe y tiene húmedad de tormenta. Nos miramos con Emiliano y Fernando –uno argentino de Bahía Blanca y otro colombiano de Bogotá - sentados en el asiento de atrás y nos agarramos las manos. La apretamos hasta traspasar la energía como electricidad y sangre. No hay palabras, sólo hay gestos. Y en esos gestos la hermandad no se pacta, se siente, germina como un plátano. Como el ombú. O mejor aún: como el tango y el café.
Radiografía de La
Tierrita
Un país más colonial
y español, con frutas que acá no existen
– maracuyá, zapote, lulo- ritmos que encienden las ganas de bailar -salsa,
vallenato y cumbia- café, mar turquesa, mar verde, mar azul, Santa Marta:
Carlos Vives, el Pibe y Falcao, arepas,
La Guajira,
las dos Cartagenas : una colonial de carruajes en la ciudad amurallada y otra
con pobreza y olor a pescado podrido, llanura y pasto, el tuteo que no: “sí señor,
si señora”a los padres, “ A la orden” como latiguillo de vendedor a cliente o
de anfitrión a huésped. Con tres ciudades cabeceras: Bogotá, Medellín y Calí
como el polo productivo y político de una nación que vive una democracia falaz
que auspicia libertad al turismo mundial mientras importa tecnología y lógica
de medios, renuncia a la industria
nacional, abre los grifos a la megaminería de capital extranjero mientras
pueblos enteros (como el Cabo de la Vela) no tienen agua potable.
Un país que se parte en dos en una guerra que tiene tiempos de furia y explosiones o de sangre que corre silenciosa por debajo de los zapatos- y un árbitro corrupto en el medio –los gobiernos conservadores y liberales que comienzan desde “el bogotazo”* con Mariano Ospina Pérez (* la revuelta popular del 9 de abril de 1948 que terminó con la vida del caudillo liberal Eliécer Gaitán) hasta ahorita mismo con la presidencia de Juan Manuel Santos, propietario del diario colombiano Liberal El Tiempo y miembro fundador del partido de “la U”.
Y como si desde allí- esa manzana por la mitad que es un país partido al medio- no se hubiese reconciliado más. Y la rueda que sigue girando y en el medio generaciones de jóvenes que no están, muertos a balazos de sicarios y un pueblo que queda al márgen. Al costado, al borde del camino, como viviendo en otros siglos que ya pasaron. Como arrancados de una novela de García Márquez; Macondo, Aracataca, los Cien Años de Soledad que se resisten pero también cada día -cada minuto de arena que pasa- es más pesado. Sin embargo…
Un país que se parte en dos en una guerra que tiene tiempos de furia y explosiones o de sangre que corre silenciosa por debajo de los zapatos- y un árbitro corrupto en el medio –los gobiernos conservadores y liberales que comienzan desde “el bogotazo”* con Mariano Ospina Pérez (* la revuelta popular del 9 de abril de 1948 que terminó con la vida del caudillo liberal Eliécer Gaitán) hasta ahorita mismo con la presidencia de Juan Manuel Santos, propietario del diario colombiano Liberal El Tiempo y miembro fundador del partido de “la U”.
Y como si desde allí- esa manzana por la mitad que es un país partido al medio- no se hubiese reconciliado más. Y la rueda que sigue girando y en el medio generaciones de jóvenes que no están, muertos a balazos de sicarios y un pueblo que queda al márgen. Al costado, al borde del camino, como viviendo en otros siglos que ya pasaron. Como arrancados de una novela de García Márquez; Macondo, Aracataca, los Cien Años de Soledad que se resisten pero también cada día -cada minuto de arena que pasa- es más pesado. Sin embargo…
Colombia madre
Ella –La tierra del olvido, la tierrita, que también se
llama cumbia y tiene voz de hembra coqueta- es tu madre también. Tu pacha. Y
late más fuerte, está más omnipresente en proporción de kilíometros cuadrados
de país. Ella, que tiene montañas, llanura, selva con nieve, mar y ríos, veranos caribes y primaveras eternas;
poblaciones originarias viviendo cuesta arriba de los picos nevados como los Koguis
y los Arhuacos en Santa Marta o los Wayus en la Guajira al borde con Venezuela,
o El Parque Tayrona con sus más de 15.000 héctareas de naturaleza pura y
biodiversidad.
Ella que vio morir y nacer a Gardel en el aeropuerto de un Medellín
que hoy amanece con tango, y ella que
por los caminos del café en -ese eje que se extiende de Soacha a Ibague, y de
Armenia a Manizales- hospedó a Leonardo Favio allá por 1982 cuando éste andaba
de gira colombiana y sufrió un accidente en el baño del hotel en los llanos de Villavicencio. Cuenta la historia que un empresario amigo apodado“choco”
lo internó en el hospital local de Pereira y lo convidó después a suspender la
gira y quedarse un tiempo. Allí - el
cantautor y cineasta argentino- hizo un
surco profundo: se quedó una década entera con toda su familia y dejó un
puñados de recuerdos, amigos, frases, fotos y canciones que no mueren. Están
vivas todo el tiempo. Llegan desde el
estereo de un taxi a nuestras orejas una
tarde medellinezca y de repente estamos resusitando a Favio con el chófer: “ Ella, ella ya me olvidó…yo la recuerdo
ahora…”.
Puentes humanos
“ Que todo va unido, que todo es un ciclo, la tierra, el
cielo y de nuevo aquí, como el agua del mar a las nubes va, llueve el agua y vuelta a empezar, oye”,
vuelve a decir la canción mama tierra de Macaco en las voces de los parceros y
hay unión en las palabras. Conexión, energía, voltaje, risas, aguardiente pal
chofer y una música que abraza. Un puente que abre las geografías, saca el mapa
y sus límites y traza un cordón subterráneo con raíces. Un círculo, un cabo que cuaja con otro cabo,
una simbiosis y Fito que llega justo
sobre el final del parche en la guitarra para hacernos cantar a todos: Y uniré las puntas del mismo lazo, y me iré
tranquilo, me iré despacio.
Ahora son las 6 y media del miércoles más frío de 2013 en La Plata. Volví de Colombia hace ya
60 días y la semana pasada Dino me pidió una nota:
- Mati, ¿cómo andas? escribite algo para el semanario que
estoy relanzando desde hace un mes,
sobre tu viaje. Como algo que muchos quisimos hacer pero no nos animamos- escribió en el chat de hace
una semana.
Que bueno le dije, que bueno pensé. Que bueno que un viaje sea el multiplicador de historias, no como uno el iluminado escritor o periodista que baja la piedra filosofal, sino contar una historia que al estar repleta de tantas otras voces, esto escrito, ya no te pertenece más. Se vuelve un nosotros sudamericano.
Que bueno que mientras yo viajaba - Dino, Nicolás Trezza, hermano de juanchy y hermano mío porque esa amistad con juanchy fue más lejos siempre como ser parceros- se ponía al hombro de un medio de comunicación escrito desde General Alvear, Provincia de Buenos Aires, al mundo.
Y un día que da la sensación que se rompe el silencio y se levanta un puente que son historias acordándose de nosotros mismos. La nuestra, la tuya, de acá, de un pueblo, una provincia, la región, el federalismo, lo simple, los personajes, lo de todos los días, tu viejo y el mío y ahora también nosotros los hijos. Esta misma Historia que se termina mientras me froto las manos del frío y pongo el agua para el mate.
Que bueno le dije, que bueno pensé. Que bueno que un viaje sea el multiplicador de historias, no como uno el iluminado escritor o periodista que baja la piedra filosofal, sino contar una historia que al estar repleta de tantas otras voces, esto escrito, ya no te pertenece más. Se vuelve un nosotros sudamericano.
Que bueno que mientras yo viajaba - Dino, Nicolás Trezza, hermano de juanchy y hermano mío porque esa amistad con juanchy fue más lejos siempre como ser parceros- se ponía al hombro de un medio de comunicación escrito desde General Alvear, Provincia de Buenos Aires, al mundo.
Y un día que da la sensación que se rompe el silencio y se levanta un puente que son historias acordándose de nosotros mismos. La nuestra, la tuya, de acá, de un pueblo, una provincia, la región, el federalismo, lo simple, los personajes, lo de todos los días, tu viejo y el mío y ahora también nosotros los hijos. Esta misma Historia que se termina mientras me froto las manos del frío y pongo el agua para el mate.
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