Cara de peces


El hombre con cara de pez, sonrío. Estaba en el río y juraba que el río lo hacía sonreír. Le estiraba los labios. La mueca se le dibujaba sola en su rostro y cerraba los ojos para volver al agua y encontrarse con su sirena.
Ella siempre en el agua. De un río a otro. De un mar a otro. Viaje subterráneo permanente que los encontraba en algún muelle de piedras. Por fin viniste- le dijo- la luna me dijo qué era hoy nuestro encuentro.
A mi también. Me hizo caminar hasta acá. Salí sin rumbo fijo, pero me fue guiando con una soga invisible- contestó el hombre con cara de pez que hablaba de corrido y sin titubear como si un ángel les dictara las palabras al oído. Ella lo agarró de la mano y lo metió en el río. Primero sintió frío. El escozor del cambio. El paso temeroso del desafío. Después se dejó llevar como una bailarina de tango mientras el río los llevaba perpendicular por esa senda de luz que dibuja la luna en el agua, mientras se iban fundiendo en el claroscuro del horizonte y sonreían. Juro que sonreían. Desde lejos las sonrisas eran dos luciérnagas volando bajito.

Matías Kraber 


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Leo tus palabras y es como si se pintase un cuadro, o se proyectara un film. Después el movimiento eterno del río. Luego la pregunta: por qué el hombre masacra una naturaleza visible, sin saber que esta naturaleza que él masacra es ese dios invisible que él venera... Abrazo Hermano Mio

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