Mi tio y Rubén Paz


A mi tío Marcelo, 
A Diego Dana 
y Alberto Martinelli 


Casi no le recuerdo los gestos. O el rostro. Sí, sus carcajadas de un negro diablo tamborilero con pelota de fútbol. Lo cierto es que apenas lo nombran aparece una montaña rusa de recuerdos del otro lado del río. Entre la infancia, mi tío preferido y Uruguay.  Este hombre nació en la ciudad de  Artigas, Don José, el San Martín oriental que dijo a desalambrar a desalambrar y los orientales picaron en punta en la reforma agraria más progresista de América Latina. Este hombre es un tapado para las nuevas generaciones, pero todo aquel que haya amado el buen fútbol va a tomar ésta historia como un vino añejo guardado en roble. Corchazo al recuerdo.
“Rubén, de zurda Rubeeeeeennnn”, relataba el tío en el potrero. Cuándo ustedes van a tener un Rubén Paz?”, me tiraba con su sorna académica cuando yo iniciaba mi amor kamikaze por Independiente con gambetas del Beto Alfaro Moreno.  “Pero el Beto no le llega ni a los tobillos”, me decía el tío recién arribado de Calzada al pueblo y con los pies en el pasto de la canchita.  Yo iba al piso al grito de Clausén, Moas o el Luli Ríos. Pero nada. Raspaba el pasto con los tapones y me quedaba fastidioso mirando el cielo mientras la carcajada de Rubén me explicaba que el fútbol era otra cosa, era más bien cosa de brujos.
El tío Marcelo  era derecho, pero para emparejar el pleito usaba la zurda en el picado contra nosotros. La derecha pasaba a ser su bastón y la zurda un pincel uruguayo. “Rubén, la tiene Rubén”, y yo pasaba de largo ante ese yorugua que jugaba bien de diez y nos gambeteaba. Pasábamos de largo, y nos volvía a gambetear. El tío lo invocaba y era como si Racing nos ganara siempre con magia maradoneana.
Goleada y humillada a cargo de Rubén. Recuerdo su carcajada para romper el fastidio del baile y una vez que terminaba el partido Rubén se iba. No sé, volvería a Artigas, a Racing  o Peñarol de Montevideo,  se iba. Se terminaba el relato y el tío Marcelo reaparecía como el Bruno Díaz que no recuerda nada de Batman.
Es sábado a la noche y el tío Marcelo driblea por los canales de televisión sin encontrar mucha pasta para disfrutar. En eso, en un canal de deportes salta un especial a Rubén Paz, el negro siendo entrevistado por un periodista uruguayo en un living, mientras van ponchando recuerdos con goles y jugadas.  A Boca, a Independiente. Rubén con la celeste, compinche con Enzo, Rubén nombrado el mejor jugador del fútbol brasileño en el año 1985 mientras su querido Racing le ganaba a Atlanta para volver a primera.  El tío destapa el vino y le vuelve un hechizo académico de antaño. Picardía y picado. Empieza a flotar por esa estela que genera el recuerdo en su casa de Calzada, la misma de ayer y la misma de hoy.
Al mismo tiempo, en simetría, destapo una botella de vino en un livin  musical con amigos y Diego desenfunda una canción de su guitarra ríoplatense para pegarle el último corchazo a la noche:“ negro tamborilero, sueño de carnaval, negro tamborilero se va, se va”, canta y Rubén nos pasa a todos, uno por uno,  quedamos mirándolo desde el piso como a un ángel de la gambeta, mientras el tío rompe el silencio de Calzada con una carcajada de carnaval y Rubén se vuelve a Artigas para desalambrar el recuerdo. 

Por Matías Kraber






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