Madrid una primavera

Ella llora con lágrimas negras mientras suena Abba con Dancing Queen al final del Mostrador. Parece un spot. Yo, estoy en el otro codo de la barra como un wing izquierdo. Tomo una ginebra con soda y limón. Mucho limón, siempre. Es el componente para hacernos la vida más amena. Paladar cítrico es fluidez. Algo que viaja sin problemas. A la segunda copa, el alcohol me empujó a seguir ruta y le hice caso. 
Pongamos que hablo de Madrid:
Es una capital con escala humana, es decir que se hace a pie en combinaciones con el tren, el bus o el metro. Apenas llego me pierdo como un transeúnte más por sus callecitas empedradas que me enseñan que acá nació un gran río de calles que luego se desprendería al otro lado del océano por un San Telmo, Bogotá, Salta, San Cristóbal de las Casas, Cusco, Lima, el Centro histórico de Quito, Cartagena y Montevideo y algunas más.

El bar es un poco sinónimo de Madrid. En ese planeta pasa un poco la vida, bohemia vida, de esta capital ibérica. Veo que las parejas se citan en un bar. Los amigos se citan en un bar. Los que quieren hacer un negocio sucio, también se citan en un bar. Y todo gira en relación a un plato de comida: sea un bocadillo de calamar, una tortilla o un emparedado de jamón ibérico criado con bellotas. Es decir, el mejor jamón del mundo. 

Camino Madrid y pruebo cantar una canción que rima con Calamaro. Un dejo de tango con un flamenco acompasado. Casi todas las esquinas están de tapeos, amigos o parejas que se encuentran por una cerveza fría y algún bocadillo de tortilla o ternera o camarones al pan con el mejor sazón español. Otros comen su paella de mariscos y también empujan el arroz con cerveza Estrella de Galicia. Huele a paella las calles, camarón con alí oli,  todo el centro madrileño que contornea La Gran Vía. Muchos salen de trabajar con sobretodos y portafolios. Elegancia de Francia en Madrid. Mundos paralelos que siempre pueden caber en una calle o en una avenida. Pienso que siempre están y acá también hay una teletranspotación a Buenos Aires en Palermo- Recoleta con los mismos sujetos más al sur saliendo de sus oficinas con la elegancia europea de estos lares. 
La cuidad está tranquila. Jamás un bocinazo o una puteada para descomprimir el tránsito. Todos circulan sin apuros. Nadie corre. Parece una capital que está en horario. A las 9 de la noche los lugareños ya están en sus casas y a las 11 duermen porque amanecen temprano con su rutina. Otros obvio, viven a contramano. Hegemonía y contrahegemonía.

No hay basura en las veredas ni el asfalto. Hay pulcritud de primer mundo, aunque veo a un hombre de unos sesenta revolver los cubos de basura cuando todos, en teoría, duermen.
Me pregunto si hay hambre ambulante, y creo que si. Otro hombre, petiso y español, pide en el tren -Remfe- algunas monedas para darle de comer a su hijo y su mujer porque están en situación de calle. Se disculpa por si molestó a alguien con su relato y la respuesta es un silencio de templo. Nada, ni una mosca. Los únicos que le dan unas monedas es un negro afrodescendiente y yo de un total de casi 30 personas que ocupan el vagón.
  
 Mis preferidos son los lumpenes con guitarras y sus barbas anárquicas enredándose por todo el rostro. Veo en ellos a un Brassens, un trovador francés que también tiene su costado español en un Paco Ibañez o un mismo Sabina más joven cuando viajaba en los sucios trenes que iban hacia el norte. Retórica gipsy en cantores de este lado del mapa. 

Veo a dos en una noche en la que hace más frío. Dos músicos de calle con su guitarra de mochila, que caminan sus buenas cuadras y se sientan a echar combustible en el bar más cercano de sus casas alguna caña en la esquina del mostrador de madera. Ellos, de mirada profunda, ojos decidores y pocas palabras. Tal vez ya se la gastaron cantando y ahora reponen energía con la mística de una taberna.
Otros dos están en el Parque el Retiro: un parque gigante con 14 salidas, árboles violetas, pájaros, bancos de plaza, lagunas, estatuas y fuentes majestuosas. Entro a los jardines luego de cruzar desde la estación de trenes Atocha, que sufrió aquel terrible atentado el 11 de marzo de 2004 en la que murieron 192 personas y hubieron más de 2000 heridos.
El primer lumpen que me cruzo se llama Lean y es un búlgaro que rajó de Sofía porque "quebró" me dice y hace el gesto con las manos. Crack. Bebe limonada con un 0,25 de alcohol y come unas fetas de salame Milán que parece de buena calidad española.
- ¿Todo bien?- Le pregunto al pasar
-Emmm, no, todo mal- Me dice con los ojos astillados de maldormir y olor a humo. Denso olor ahumado en su ropa.
- ¿Qué ha pasado amigo? 

-No dinero, no trabajo, no salud, no amor- sintetiza en un español un tanto bruto. 

Lean es búlgaro, tiene unos 50 años y dice que se vino para Madrid porque andaba una de sus hermanas y él no tenía dónde caer sino. Tiene una barba rala y ojos verdosos de pantano. Dice que en Oslo hay trabajo y que se iría para allá porque no le molesta el frío. Después también nombra Alemania y remata que en Madrid no, que no hay un cobre y él hace semanas que duerme en el piso de tierra de este parque El Retiro que es hermoso para pasear, pero para dormir es hostil.

-Mucha brujería, mucha brujería me han dado a mi- dice y muestra los dos dientes que le quedan arriba y los otros dos de abajo- yo creo que el de arriba me va ayudar.
-La fe que usted quiera, pero la fe amigo- le digo mirándolo a los ojos.
-claro así es amigo- me dijo y nos dimos la mano para despedirnos.
El otro hace veinte años que se sienta ahí mismo, a metros del lago que da a una estatua ecuestre.
Es rumano, se llama Juan, tiene su familia y se dedica a tocar todos los días su saxofón a metros del lago del retiro. Se sumerge en un boop que llora boleros, aquarelas de Brasil y después regresa a un jazz canción que incluso puede mechar con un tango como La Cumparsita o el Choclo. Lo escucho incluso cuando me estoy yendo y siento como un perfume de mujer me va despidiendo de Madrid. Una melodía arrabalera para el chan chan de un ciudad real con underground que ha entrado por los poros, por los ojos, los oídos y la boca como un buen shot de Ginebra empujando un pimentón inconfundible, tan español, como un torero. 

Por Matías Kraber

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