"El poeta de la derecha"

El arquero es el batero y el dos es el bajo. Ellos son la garantía del fondo, de lo que implica: salir limpio, agarrar agua desde la fuente misma que más arriba se potabiliza en fútbol natural de manantial. El ritmo que comienza desde esa vertiente después es vital en la mitad de la cancha: donde espera un 5 que puede ser un hacha brava que se la pasa al 10 como un ferretero que te da un tornillo o la elegancia de Francia de un buen pase que también puede saltar al creativo de adelante y sorprender con un cambio de frente quirúrgico al pecho del wing que hizo la diagonal o un tiro de afuera que se mete por una ratonera. 

Después necesitamos un 9, un optimista con credencial Palermeana en este sindicato del perro de caza de gol que trazó para siempre Martín desde el 98 con Bianchi. Obvio que El Bati -a los que somos de la generación X- nos marcó a fuego. Yo llegué a tener más de 5 posters con Gabriel Omar vistiendo camiseta de la Fiore, de Newells, de Boca -con la firma Sevel en el pecho- la selección Argentina del 91, 94 y del 98 con el pelo corto de Pasarella que dejó afuera a Canni y a Redondo en Francia. 

Pero sigo sin nombrarlo a él. Me sigue faltando mencionar al ocho. Al buen ocho. Ese que entiende lo que es la franja derecha. El que llega a cerrar como un cuatro, a desbordar como un lateral brasileño o a pegarle un sablazo cruzado a un ángulo como Maxi Rodríguez contra México en el mundial 2006. Un volante con dotes de paraguayo obrero. Pico y pala. Pico y pala Y cada tanto le llega el premio del golazo o del premio Chamigo al final del partido porque se lo ganó a punta de suela gastada. El ocho que es la constancia de una chacarera santiagueña, derechito como “el papito papá”, la carrera de caballo con algún touch de gloria. 

El toro Acuña del rojo y en su selección paraguaya. El cholo Simeone en esa selección de estrellas que era la del Coco Basile del Mundial USA 94. Diego Cagna en el equipo de Brindisi campeón y más tarde en el Boca de Bianchi. El diablo Monserrat del San Lorenzo que le arruinó la fiesta al Lobo en el 95. El Chacho Coudet de Platense, luego cuervo y después gallina. 

El ocho es un puesto que me representa. Creo que cuando era pibe fui un buen wing derecho a lo Schelotto mezcla con Piojo López, pero más tarde cuando crecí un poco, me ubiqué en ese costado de la cancha. Al lado del cinco, socio compinche con quién intercambié paredes e incluso llegué a cubrir cuando se fue al ataque o directamente faltó al partido. Me encantó ser cinco, entendí su oficio, pero también siempre me significó una responsabilidad mayor que muchas veces decidí prescindir por falta de físico. En cambio el ocho me dio rienda por la derecha con algunas licencias poéticas permitidas. “El poeta de la derecha”, fue del rojo recuerdo y también amigo de mi viejo. Primero lo fue de mi Abuelo Héctor en el barrio San José de Adrogué, partido de Brown. Después se que lo llevó a mi viejo a su casa del barrio en un Ford Fairlaine que impactó a todos los vecinos desde la ventana de sus casas obreras. 


“El poeta de la derecha”, así le decían al win derecho de Independiente Raúl Emilio Bernao, que cayó una tarde de invierno del 92 al Club Comercio de Alvear a brindar una clínica de fútbol para pibes en donde yo estuve como mascota más que como jugador Lo llevó mí viejo tras de arreglar previamente por teléfono y cuando, al final llegó, lo trajo a casa a comer unos tallarines caseros con estofado. Raúl fue los sesenta en el fútbol argentino, así que para mí fue conocer a un dinosaurio futbolero en sepia. De todas maneras desde ahí, siempre me quedó una reivindicación a la franja derecha en el potrero. La poesía, que para mí en la vida siempre es la izquierda, en el fútbol se transformó para siempre en la punta derecha. 

MK

Comentarios

Entradas populares de este blog

Vidas de porcelana

Aquel Peronismo de juguete- Osvaldo Soriano

Al Abrigo, cuento de Juan José Saer