Azul y oro en Tapalqué

Azul y amarillo la cancha. Nunca fui de Boca, aunque en mis relatos siempre esté más presente que River. Pero el guiño del color está a 50 kilómetros de mi pueblo General Alvear: Tapalquén, un nombre mapuche pampa que sigue firme en la identidad de otro pueblo que está en mi ADN, desde el día que me puse esos colores. 
Fue una mañana fría como el iglú -10 AM y Cerrito al tresmilypico en una ciudad cementera que está dentro de un pozo que congela- cuando nos cambiábamos en el vestuario de la Cancha de Racing de Olavarría que es un predio polideportivo con tribunas como de primera A.
Rubino, don Aldo, estaba en la comisión directiva y en ese début me tocó la 9 que alguna vez él inmortalizó en torneos zonales que los futboleros de antaño tapalqueneros recuerdan con un sabor nostalgioso del buen vino en el estaño del club mientras suenan las copas con las bolas de billar. " Qué jugador, el Aldo... como saltaba a cabecear", y el Aldo que sonríe con humildad mientras camina por el pasillo de la sede azul y oro de Atlético con la estampa de los que se jubilan como jugadores de fútbol. Elegancia de un 9: picardía y calidad. Nunca lo vi jugar, pero tampoco hizo falta porque el enganche de la séptima era el Tatu, su hijo mayor, parsimonia con guante de diez para hacerme picar al vacío a echar un centro al área dónde mandaba el gallego Rodríguez o dejarme mano a mano para definirle a una ratonera al arquero. 
Fueron un par de años jugando para Atlético. Desde el Mundial de Francia 98 al 2001 que pronosticaba tragedia argenta. 
Las inferiores en General Alvear murieron con las privatizaciones neoliberales del ex presidente capicúa y por entonces el potrero quedó reclamando gritos por mucho tiempo, víacrucis de pelotas, que quizá recién con Jóvenes (AJA) y José María Vivas cambió de vuelta esa mística para que los pibes pisen una cancha grande con botines, camisetas puestas y madres en el alambrado. 
En ese trance emigramos a Tapalqué con varios amigos o buenos conocidos del pueblo. Llegamos a ser tantos que en un momento Quiroga puso el micro para que hagamos trasbordos o íbamos en los Remises que manejaba el Laucha. 
Sábados de fútbol con Atlético de Tapalqué mientras se tejieron amistades también eternas por Ruta 51 entre Tapalqué y Olavarría. Un campamento que arrancaba desde las 11 con nuestra séptima y terminaba con los últimos rayos de luz de las 6 y el partido de la cuarta. En el medio siempre los personajes del club como padrinos y pastores del sábado: El chalo Cos, el Cartero, el Gordo Echegaray con su voz de locutor, Aldo Rubino, el tío de Morales que una vez casi si infartó de la calentura por un penal en nuestra contra en el partido decisivo por el campeonato versus el Fortín de Olavarría en Cancha de Atlético. El tío de Morales entró como un rayo a la cancha y el árbitro corrió por su vida a refugiarse en el túnel. 
Vuelve el recuerdo en azul y amarillo como un pelotazo del 5. Son dos postales contra el propio Fortín, el equipo más fuerte de la liga. Un equipo que tenía el pasto del Old Trafford y un técnico como su Fergusson: el Viejo Murione me sale decirle. Un viejo con ojos de águila y un vozarrón de general del ejército pero con gorro visera y pantalón de gimnasia. Un viejo que miraba a todos, a los 22, y si te veía pasta, te llevaba a probar a Vélez. A mí nunca me tocó esa suerte. El primer partido contra el Fortín fue el del Tío de Morales corriendo al árbitro para matarlo por un penal regalado. El partido empezó duro, parejo y trabado en la mitad de la cancha como un derby italiano. Sin muchas chances para ninguno, hasta que Morales la empalmó de afuera en un centro del Tatu que quedó pasado y golazo: 1 a 0 y lo sacábamos al equipo del barrio de Luján de Olavarría de la punta. El resto del partido fue nosotros metidos atrás, aguantando los trapos como Argentina- Brasil en el 90, los gritos de "bajen, corran, metan, bien, mucho, aguanten" detrás del alambrado de los más grandes. Aguantamos hasta que ese penal nos quitó el sueño. El 10 de ellos lo canjeó por gol y el partido se perdió en un 1 a 1 que les permitió mantener la diferencia en la punta que después los premiara con el campeonato. Baldazo helado a las chances de esa séptima que jugaba bien. Que ganaba con buenos goles y gustaba a los grandes. 
La última postal fue tocar el cielo con las manos, en un ápice de tiempo donde el reloj fue un caracol mental: se paralizó en un clamor de gloria mientras la pelota entró por arriba del arquero, llovida, y yo que comenzaba a ganarme el pasaporte a las pruebas de River que prometía el técnico de ese entonces, un tal Marconi. Jugué con la 5ta aquella tarde, entré por la mitad del segundo tiempo, el Fortín ganaba 1 a 0 y el Flaco Livio en el arco que no nos brindaba demasiadas garantías. Feli López compañero de delantera y de ocho el Nachi Zoccoli que me la tiró cuando estaba de espaldas al arco a 2 metros del área grande. Giré, pasó de largo el 6, aceleré, quedó atrás el 2 y cuando el arquero comenzó a salir al achique la pelota se elevó apenas en una mata y decidí picarla mientras el mundo, absolutamente todo, se hizo más lento. Un mareo hermoso que terminó con abrazos de montonera azul y oro. El partido terminó en otro empate y fue mi último partido con la camiseta de Atlético. Después de aquel domingo los planetas comenzaron a alinearse para otros lados, y creo que esa fue la última vez -vestido de azul y amarillo- en la que soñé con ser jugador de fútbol.

Matías Kraber

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