Un rectángulo del once















Subo las escaleras de la estación Pasteur y me avanza el olor a pastel de papas y arroz chaufa. Papa y arroz: dos comidas sudacaorientales invaden la cuadra por la nariz. Dicen que en el tumulto, en el caos de razas y ventas, ganamos nosotros: los buscavidas sudacas. Eso no lo pronuncia nadie, pero lo escucho.
Los ruidos no se distinguen pero el pulmón de aire lo marcan los colectivos cuando abren sus puertas para depositar o hacer subir pasajeros. En un rectángulo como el área grande del fútbol pero puro cemento, palomas que vuelan bajo y picotean la basura chatarra del transeúnte; el once está a la orden de la compra rápida y fugaz. Veo elegantes vendedores que visten como el halcón maltés y pueden también ganar juicios aparentemente millonarios, dos inmigrantes senegaleses con la camiseta de Brasil y Francia puestas más tricotas -cubriéndoles las nuces- que seguramente tejió una chola que ahora vende comida peruana al paso en un taper de campamento. Otro peruano achinado de corte punk vende accesorios chinos para sacarte del apuro tecnológico y espera en la puerta de un local como un testigo de jehová a su potencial parroquiano cybenético. Un judío viste de marrón austero y pega los nuevos precios en el vidrio transpirado de su negocio y la palabra oferta simula ser un señuelo. Veo medias de todos los colores, calzoncillos que jamás usaría, verduras, perfumes falsamente importados, cuchillas de cocina a 70 pesos, paraguas por si llueve y de todo por 10 pesos expuesto en mantas que son sabanas de la vereda del once: éste barrio de Balvanera nunca reconocido pero siempre fiel a las gangas o a los parches de una vida que siempre hierve picante como éste arroz chaufa que cocina Doña Ingrid mientras revuelve la olla en su metro cuadrado y se marea con los olores, con los ruidos y con la gente. 

Matías Kraber 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Vidas de porcelana

Aquel Peronismo de juguete- Osvaldo Soriano

Al Abrigo, cuento de Juan José Saer