Caminar y derretirse en Santa Marta

Una mañana de Santa Marta caminamos por el desierto. No lo era pero mientras avanzábamos a paso firme por la costanera de un mar pesquero el sol refractaba y quemaba los pómulos, hervía los pies y secaba la boca de un solo soplido de arena picante. 
Sudor sin sombra. Una remera de túnica y una teletransportacion al desierto colombiano pero todo derechito sin curvas al aeropuerto samario donde ningún árbol se asoma, sólo se arriman autos amarillos y nipones queriéndote cobrar a precio turista gringo y nosotros le decimos que no, que "que mamera, pero somos sudacas", esa plata no la pagamos, a parte sabemos caminar sin miedo como la noche donde confirmamos la máxima de Kerouac con Fer: "las estrellas son palabras", mientras caminamos los pares de kilómetros que separan Icho Cruz de Villa Carlos Paz con tres perros que fueron tres amigos del tiempo: tal vez otro yo's de los nuestros -Richo, Emilio y Emiliano- prendiendo sus linternas en la oscuridad que guía. Después de echar pata por esos caminos entre la noche y el día pegajoso apareció la libertad del sabor: un café con leche y medialunas en una estación de servicio que recién amanecía con acento cordobés, una par de polas heladas viendo volar aviones con nuestra parcera Dayna que nos esperó ahí, entre mochilas, para darle play a un nuevo viaje entre Córdoba y Santa Marta. 

Matías Kraber 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Vidas de porcelana

Aquel Peronismo de juguete- Osvaldo Soriano

Al Abrigo, cuento de Juan José Saer