La Wallace en una foto

Esta es mi foto de Alvear. Pueden ser muchas. De hecho lo son. Pero ahora elijo ésta: la calle Wallace una tardecita de otoño casi invierno. Ese color violeta y naranja del cielo mientras se acerca
una camioneta que puede venir del campo y estacionar en lo Papavero por algún toque
de chapa y pintura que Carlos -siempre vigente en la esquina que cruza con Vicente López-
hará en su galpón que es la estática del tiempo. A veces me da placer que el tiempo esté con las agujas del cemento congelado.Un pequeño tatuaje en color o cemento de la historia barrial. No sé cuánto: pero desde que nací está así, pintado con los colores de Boca Juniors y también hay olor a pintura, a chapa chamuscada con la octógena, mientras las bicicletas musetas o inglesas frenan en la vereda de enfrente para jugar algún número de la suerte en la Quiniela del otro Carlos: Quiroga, el hijo de Doña Juana, que también pasa lentamente persignándose porque acaba de curar el empacho a algún gurí vecino. 
Por ese punto de fuga al infinito de la calle Wallace frena Alberto Alaniz que viene del ferrocarril y se los ve a Nico y Chachi de la mano de él. Por la vainilla de enfrente se lo ve a Don Barbaro que camina para la carnicería, y su nieto Pablo corre con la camiseta de Boca del Chino Tapia que imita los colores del galpón del Don papa. Sergio, papa hijo, viste de verde oliva porque viene de cazar ciervos y estaciona el jeep mientras saluda al negro Perez que se caga de risa. El negro, por suerte, siempre se cagó de risa. 
En la esquina está Don Leiva, doña Porota y su familia de sobremesa larga: el Pampa canta Amor Salvaje y parece la melodía que prende el fuego campero del barrio. El willy nos muestra el camino del yacaré: nos llevó a un cañaveral de un pulmón de manzana que es un secreto silvestre dónde aprendemos a hacer una choza o a desarmar y sangrar nuestra inocencia infante. Italo y la otra porota están limpiando pescados del Canal 16, mientras con mi viejo observamos todo con una vieja reflex debajo del árbol donde el abuelo Kraber comenzó a enseñarme a pescar con literatura de las cosas nuestras. 

Matías Kraber 

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