Cuento de Exilio y soledad

A los que se fueron en la fiebre del 2001 argentino

“ Y… no te queda otra, Marcelo” le habían dicho sus compañeros de la vida una de las últimas tardes en Buenos Aires, mientras él trataba de nutrirse de las opiniones para determinar uno de los viajes sin vuelta fechada, más sustanciales de sus cortos cuarenta años.
Trató de aguantar. Procuró confiar en un reacomodamiento de las cosas; pensaba que la inercia del mercado y de la física misma trasladaría todo a un orden: pero era una ficción que se inventaba para no firmar el divorcio, para no establecer la distancia más gigante y superlativa del café de la mañana con el diario y los amigos en el bar de la esquina, de la función de los jueves del cine céntrico, del fulbito de los sábado, de los asados domingueros con la familia entera.
El curso normal de sus días permitía que Marcelo se olvidara de “esa amante inoportuna que se llama soledad”; lo metía en un frasco donde muy pocas veces se filtraba el perfume denso y ácido de la sensación de vacío; una suerte de túnel con escenario florido y luminoso que esquivaba la oscuridad hasta convertirla en nada. Pero desde que la crisis del país se carcomió a la ciencia pública, la asfixió hasta consumirla; Marcelo comenzó a llenar el equipaje y reclutar los últimos vestigios de ganancia para decretar su despedida de una ciudad que podía recitar de memoria las calles y las plazas. De un país que amaba y que había dado todo desde sus cuatro paredes estudiando enfermedades terminales.
“Te tenés que rajar de acá, Marce... esto explota en cualquier momento” le repetía Javier con aire de súplica cada vez que se encontraban cambiándose para entrar a la cancha los sábados a la siesta. Marcelo había masticado hasta el cansancio, hasta el calambre, la posibilidad de irse a España; donde por sus raíces vascas podía obtener la nacionalidad y ganar terreno en el campo de la ciencia.
No obstante la decisión no fue fácil. Meses planeó, decenas de noches quedó meditabundo mirando el techo mientras escuchaba a Dolina con la desazón de que podían constituirse en los últimos programas de sus medianoches; luego de años de atornillarse a la cama a deleitarse con los relatos del “negro”.
Pero cuando llegó con cuentagotas para irse, para juntar un caudal básico en pos de supervivir en el mercado del euro, se tomó un tren a Ezeiza para comprar su pasaje de exilio: Se mudaba para siempre de un país agusanado por el corralito, la inflación y la estupidez política. No le avisó a nadie, no quería vagabundear por las calles y las casas que tanto peso tenían en su vida, que conservaban un lugar de privilegio en un corazón frágil y débil. Pretendía rajarse y no despedirse. Porque decir adiós significaba “morir un poco”, y morir un poco más de lo que estaba, de como se sentía. Por ende hizo todos los movimientos rápidos: sacó el pasaje, escribió una carta para sus padres y otra para sus amigos y la depositó en el buzón de correo con un lagrimón que le quemó la mejilla. Luego se fue a su casa y armó el bolso con la desesperación de un niño hambriento.
Subió al avión un domingo a la una del mediodía. Le tocó un asiento aislado, casi en el fondo de un pasillo eterno. Se sintió aliviado porque las circunstancias eran las apropiadas, podía arrinconarse solo en un viaje donde no pretendía compañías.
Sacó el discman de su chaqueta, introdujo un cd y subió el volumen hasta aturdirse. Mientras Buenos Aires se difuminaba y se convertía en un plano colorido, en una miniatura de una siesta gris y opaca de un domingo otoñal, Marcelo cerró los ojos con violencia y gritó imbuido en la fiebre de su despedida: “Me moría por volver, con la frente marchita cantaba Gardel” y Buenos Aires se perdió en las nubes rocosas color nieve.

Por Matías Kraber

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Mati:Qué bueno ver escrito lo que tenías dando vuelta en la cabeza. La verdad es que me pareció un cuento, o más bien, relato que concentra la densidad de una situación en muy pocas líneas... y me refiero a densidad en sentido de espesor, no de pesadez.
Ojalá algún exiliado del siglo XXI pueda dar su parecer sobre esto.
Un abrazo!

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