Lejos del Olvido.



Un Nunca más escrito para De La Rúa: Cronología de las últimas horas del inservible.

La vena del hemisferio izquierdo de su cabeza imitaba al tictac del reloj con un realismo increíble. Estaba posando en su sillón gigante, con la mirada perdida sobre la aureola de humo que dibujaba su té de tilo sobre el aire febril de su despacho.
Su rostro exhibía el desánimo y lo irremediable de la situación. Las noticias de las AM más prominentes del país habían evidenciado el grado de repudio y disconformidad de la Opinión Pública contra su gestión. El clima del pasillo rosado de la mañana se lo había dicho todo. Ni siquiera los más alcahuetes le fingieron optimismo por la mañana al llegar; como era habitual.
Algunos cortes de ruta y otros de calles se habían anunciado para gran parte del día en el Conurbano bonaerense. Se tejía en cámara acelerada un plan de golpe sin agresión directa, sin violar el orden constitucional, pero él no se percataba de la realidad; prefería creer en salvavidas utópicos, ilógicos e irracionales:“Los peronistas tal vez”, pensó y pronunció en silencio casi a las cuatro de la tarde.
Decidió no consultar a los más exentos de su círculo de confianza. Alcanzó el tubo del teléfono y discó; Les propuso coalición porque había aires de revolución civil, una batahola de inconformistas que pugnaban por terminar con el escenario democrático. Le prometieron masticarlo y responderlo en forma pública a pocas horas. Por lo menos así dijo Rodríguez Saa, inmiscuido en un bunker donde se preparaban las municiones de golpe.
Los minutos corrían y el clima tomaba efervescencia como la espera de detonación de una bomba. Era eso; una cuenta regresiva. De golpe, hambrientos coparon las calles con lujuria, ambición, desesperación y necesidad, e invadieron negocios de hasta rubros insólitos, consolidando el saqueo más inolvidable, donde las imágenes sensacionalistas de la televisión se repetían por segundo hasta agotar el impacto visual. Un coreano llorando en vivo, porque su local había quedado convertido en migajas y restos de mercadería que eran muestra de su tesoro perdido, del habrá que volver a empezar.
Mientras tanto, los peronistas se susurraban en sigilo su estrategia de jaque en un bunker mendozino, y autorizaron el no público al pedido de socorro del Presidente: un revés político que ahogaba las alucinaciones de su estadía en el poder. De la Rúa estaba inmerso en una nebulosa a la que quería interpretar como un sueño horrible. Sintió que su tablero estaba vacío y carente de piezas ofensivas. Apoyó su frente en su brazo derecho y cerró los ojos para ilusionarse que algún artificio mágico próximo al milagro, solucione todo para cuando el levantara la vista.
Seguía durmiendo cuando el reloj marcó las 8. El clima de la tarde quería entremezclarse con la realidad; la humedad precipitaba lluvia y tormenta, tal como sucedía allí dentro y ni hablar allí afuera.
Por la Plaza de Mayo aparecieron las madres, y las cacerolas solidarias unidas por el cambio hasta con sus vecinos más antagónicos. Miles de jóvenes con sus tonos rockeros más desocupados y unos acorralados, se agrupaban aptos para la subversión.
En la agonía del sueño, el presidente ordenó entre dientes que se aplicará el estado de sitio en el país entero. “ El bullicio no me deja dormir en paz”, le agregó a su vocero, y volvió a caer sobre su brazo derecho inerte en el escritorio.
Así llegó el final. La policía susceptible y propensa a reprimir comenzó con su operativo agresivo en los rincones más agitados. La gente resistía, decía basta con acento y énfasis; y dejaba el alma porque se “vayan todos” de vuelta. Siempre de vuelta. La historia jugaba a repetirse con demasiada redundancia y ya la impaciencia sería un síntoma permanente desde ahí. Por lo menos por un rato.
De la Rúa pasó de la fiebre al pánico y luego a la paranoia. Alucinaba con que algún mártir despechado se treparía hasta su ventana y lo torturaría hasta matarlo. Seguía hospedando su frente en su brazo que ya cosquilleaba de estar quieto. La música de La Bersuit le rebalsaba el sueño con “ se viene el estallido de mi guitarra, de tu gobierno” y sentía todo distorsionado. Estaba mareado y débil.
De pronto por acto de inercia se levantó del sillón alarmado desvelando el sueño. Sintió un ruido extraño y corrió hacia el pasillo. Allí encontró a su vocero y le pidió que armara su renuncia. Solicitó el helicóptero y fue hasta la cúpula. Divisó la gente y atinó a apaciguarla con un discurso espontáneo; pero sintió fobia , pánico, paranoia y sobre todo incapacidad. Agachó la cabeza , subió a su vuelo callado, y finalmente huyó como un cobarde para quedarse inmóvil , escondido en sus countrys, en su entorno cerrado, y en algún lugar extraño, allá ... muy lejos del olvido, donde se hospedan los innombrables y denostados.
Por Matías Kraber

Comentarios

Fernando De La Rua es siniestro.
Carlos Menem es siniestro.
Raul Alfonsin es siniestro.
Eduardo Duhalde es siniestro.
Nestor Kirchner es siniestro.
Como siempre, los Milicos son siniestros.

¿Cómo se llama la obra?

Un país hecho mierda.

Saludos.
Matias ha dicho que…
Ni que hablar, comparto totalmente con vos. Creo que no tenemos representantes que puedan generar lazos de identificación, que puedan comprometerse con la realidad, que puedan desvincular sus intereses económicos de los principios fundamentales para levantar el país. Un abrazo..gracias por visitarnos.

Entradas populares de este blog

Vidas de porcelana

Aquel Peronismo de juguete- Osvaldo Soriano

Al Abrigo, cuento de Juan José Saer