Noches de carmesí, sin perfume francés




Crónica de la zona roja platense
Bajo un círculo de luz menea las caderas en un vaivén rítmico al que los conductores saludan con un bocinazo. Sus largas piernas asoman debajo de un corto vestido rojo que descubre sus dotes de mujer y esconde sus contradicciones. Sonríe, y sus gruesos labios, delineados groseramente, se afinan.
Un auto disminuye la velocidad cuando llega a la esquina y mira. Ella lo saluda y el hombre frena.
-¿Cuánto?
- Veinte el oral, cuarenta el completo.
-Subí
El auto derrapa en el pavimento y las gomas chillan y, a lo lejos, desaparece en la cochera del hotel, bajo un foco colorado.

Mujeres diferentes

-Este es mi tercer viaje a la Argentina; estuve dos veces en Buenos Aires y ahora me vine con mi hermana a La Plata porque no es tan peligroso –La hermana de la que habla también es travesti y trabaja en la esquina siguiente. Milenka tiene 24 años y hace nueve que trabaja en la calle.
-De día somos como cualquier señora… Hacemos las cosas de la casa, limpiamos… y a las siete nos venimos para acá. No te queda otra… si sos travesti, o sos peluquera o sos prostituta -, aprieta los labios y arquea las cejas hacia arriba. Cuando se agacha para acomodarse el cierre de una de las botas, ve que un auto estacionó a la vuelta de la esquina y sale disparada a aferrarse de la ventanilla del acompañante.
La misma esquina la comparte con dos colegas: Marina, que también es peruana, y Celeste, un transformista platense que vive con su familia en las afueras de la ciudad.
Celeste es muy flaca y tiene un pollera blanca muy corta y ajustada que muestra la angostura de sus caderas y comparación con la espalda. Sólo eso, y su voz un poco fina, pero con algunos tonos graves, delatan su verdadero sexo. Pero su cara es de rasgos finos, angulosa y perfectamente maquillada.
-Yo soy transformista, no travesti, porque no tengo las “lolas” hechas. Además, durante el día me visto de varón… pero igual esta voz no me la saca nadie -. Se ríe y habla con exageración, amplificando sus modismos y acelerando el ritmo.
Pasaron dos minutos y Milenka vuelve a unirse con sus compañeras: -¡Es un tarado!, quería que me fuera con él por la mitad de precio…¡por favor!...
Muchas veces los clientes quieren irse sin pagarles o no regatean el precio, pero las tres tienen una tarifa fija que mantienen para que no haya problemas.

Resistencias familiares

-Cuando era chica me divertía más con las muñecas que con los autitos que me compraba mi mamá. Además, ahorraba la poca plata que mi mamá me podía dar para comprar golosinas en el kiosco, y me compraba vestiditos y zapatos de niña que guardaba en lo de una tía para que mamá no los viera…- Muchos travestis coinciden con Milenka en este aspecto. Todos empezaron desde chicos a tener rasgos y preferencias femeninas, que más allá de ocultarlas, las hicieron visibles ante sus familias a temprana edad.
Gastón, que desde los 9 años es Laura, también prefería los juegos de nena antes que los autos de colección y las pistolas de los vaqueros del lejano oeste.
-Mi vieja sospechaba, pero un día, cuando tenía 9 años me encontró montada, desfilando enfrente a un espejo y me pegó dos sopapos… pero se dio cuenta que con pegare no cambiaba mi condición, así que se resignó…Además, cuando empecé era un loco. Empecé con el pelo corto… de varoncito, sin tetas. Después me fui haciendo, de a poquito.
El nombre se lo eligió la mamá:
-Un día le pregunté cómo me hubiese llamado si era mujer, y me dijo que María Laura… y como me gustó, me lo dejé.
La mamá de Celeste es policía jubilada. Vive con sus dos hermanas, su hermano y sus padres:
-Al principio todos se quejan y se enojan por verte vestido de mina, pero también les gusta la plata fuerte, así que cuando ven que entra fácil, nadie habla. Pero ahora empecé a darles menos plata. Quiero ahorrar para comprarme cosas de a poco y poder irme a vivir sola.- Mientras habla, golpea el puño sobre la otra mano extendida y guiña un ojo.
-Nosotras lo hacemos para poder mandar un poco de plata a Perú –Marina concuerda con Milenka-. Yo quiero darle todo a mi madre, para que pueda vivir cómoda en su vejez y no tenga que preocuparse por nada. Ella me cuidó mucho de chica y ahora quiero que ella tenga un buen pasar-. Termina la frase mientras se dirige a un auto. Dos minutos después, sube del lado del acompañante y se va.

A la calle, hay que ganarla

La competencia por la “parada” tiene reminiscencias salvajes. Casi como un león marca su territorio y lucha si otro osa meterse en su sitio, el lugar de trabajo se gana a las trompadas o por derecho de antigüedad.
- Competencia, como haber, hay. Yo no compito con nadie. Yo vengo a mi esquina, de mi esquina a mi casa; de acá al hotel y del hotel a acá. Pero a ésta esquina me la gané peleando. Yo antes estaba en otra esquina, pero se juntaron muchas. Entonces me vine acá, y acá había un par… me peleé, me peleé y quedó para mí. Ahora decido yo quién para acá y quién no. Yo, en sí, puedo pararme donde quiero: acá o en 1, porque llevo nueve años laburando-, saca de la cartera una petaca de cogñac “Tres Plumas”, que compró en el kiosco al bajarse de un auto, y se prende al pico. Hay que ser muy guapo para trenzarse a piñas con Laura, que mide casi dos metros y ostenta unos brazos fornidos.
Pero la situación se torna más difícil para Milenka y Marina, cuando la discriminación se suma a la pelea por la zona de trabajo:
-Es difícil encontrar donde pararse. Hace un tiempo, unas chicas, no travestis, la agarraron a Milenka y le pegaron… Le dijeron que era por ser peruana y la echaron de la esquina en la que estaba, que en realidad no la ocupaba nadie…Y ahora estamos las tres acá-. Marina se siente segura en su esquina. Sólo una cosa las perturba a ella y sus colegas: las corridas de autos en calle 1 y las lluvias de piedrazos:
-Hasta pensamos en el calzado que nos ponemos por eso. Viernes y sábados, de tacos, porque todo está tranquilo; pero los demás días venimos de zapatillas o algo cómodo, así podemos salir corriendo.

Amores imposibles

Milenka baja del auto en que se fue media hora antes y se acerca a sus amigas mientras estira su vestido rojo hacia abajo e intenta mantener el equilibrio sobre las plataformas en las que está parada.
-¡Ay, sí!,- suspira y pestañea con rapidez -¡Cómo no te vas a enamorar de un cliente, si aquí los hombres son bellísimos!...¡Bellísimos son! –Le grita a un chico que pasa por su lado con un perro. Pero sólo el perro se vuelve para verla
-¡Calláte, nena! No ves que es mi marido… - Celeste si ríe a carcajadas y le da una palmada a Milenka en el brazo. Marina también se ríe, pero en seguida se pone seria:
-Además, son muy vivos… Se te hacen los enamorados, pero al rato los ves que están hablando con otra chica, y si te enamorás, eso te mata…- sacude la cabeza y mira al suelo.
-Sí, al principio todo está bien… Y en un momento empiezan con que te quieren sacar de la calle, pero una vez que lo logran, no te sueltan un mango, así que, chau… olvidate.-Celeste es la más joven y ya está resignada a un destino en la calle, pero que le permita un buen pasar.
La experiencia es compartida por todas, incluso por Laura que está a unas veinte esquinas de diferencia:
-En realidad, si tuviera que elegir un amor imposible, o dos, me encanta Fantino como rubio, y Estevanez como morocho… ¡pero me he enamorado de clientes muuuuy lindos! Una vez, me puse en pareja con uno…Era arquitecto, pero un día me lo crucé en la calle con su mujer, una rubia preciosa, y un bebé… ahí me di cuenta que no podía ser y dejamos de vernos…Pero tengo una amiga, que le hizo una escena a un tipo en la calle…El hombre iba con su mujer y ella le empezó a gritar cosas, hasta lo llamó por el apellido. La mujer se dio vuelta y la vio, y después se empezó a pelear con el marido, pero yo ni loca hago eso… porque pierdo un cliente.

El macho argentino

La cantidad de travestis que trabajan en la zona roja aumentó en los últimos años y, en algunas zonas, son más que las mujeres que se dedican a la prostitución. Generalmente, las prefieren los hombres jóvenes y los menores:
- Hay muchos chicos jóvenes. Por ahí pasan con sus novias de la mano o abrazados y miran. Van, las dejan en sus casas y vienen para que yo les haga todo lo que les hacen sus novias. Todos los tipos que vienen tienen algo de putos adentro, si no, no vendrían a buscarnos a nosotras…-Celeste interroga con la mirada a Milenka y Marina, que asienten con la cabeza.
Laura cuenta que la semana anterior le pasó algo a lo que no está acostumbrada, aunque cada vez es más frecuente que le suceda:
-Vino un tipo, en su auto, y estacionó en la esquina. Cuando me acerco a la ventanilla, veo que estaba con un chico…¡Lo traía a debutar! Yo a los que son vírgenes les cobro setenta pesos más el hotel, así que el padre nos llevó y esperó afuera, en el auto. Por supuesto que el chico no pudo hacer nada, ¡imaginate!, la primera vez que lo hace –con los dedos hace como si le pusiera comillas a la última palabra –¡y además con un tipo!, porque si fuera con un mujer… bueno…
Un auto pasa rápido por la esquina, y un hombre saca un brazo y le grita: “Chau, Laura!”. Ella sonría y señala con la cabeza: “Un cliente”.

Las Magdalenas

Son las cinco de la tarde en la esquina de 1 y 64 y Marta se pavonea al rayo del sol. Hace mucho calor, y esta mujer de unos 50 años y platinado artificial, luce la piel demasiado bronceada para la época. Tiene rulos y el pelo recogido en una media cola. Las arrugas de la cara las disimula un poco con la gruesa capa de maquillaje que tiene y el grueso delineado de los párpados que desvía la atención y resalta el color verde desteñido de sus ojos. Usa lentes de marco grande y cuadrado de color bordó, que combina con sus largas uñas. Tiene una musculosa negra y una torera de encaje con mangas tres cuartos, que dejan al descubierto parte de su flácida piel. Dos autos pasan y le tocan bocina. Ella los mira de reojo. Un hombre en bicicleta le tira un beso. A él ni siquiera lo mira.
Una señora estaciona en la esquina y Marta se acerca y mira hacia adentro:
-Perdón, la confundí -, sonríe y se aleja. De la cartera saca un celular último modelo y empieza a mandar mensajes de texto a su familia para avisarles de una promoción.
-No me voy con cualquiera, sólo con los conocidos… porque hay muchos que vienen muy borrachos.
Marta tiene dos hijos de los que no habla.
Un auto se acerca y Marta reconoce a su ocupante. El auto frena y, sin mediar palabra, se sube y se va.
Valeria está en la esquina de enfrente. Tiene una pollera roja muy corta. Está apoyada con la espalda contra la pared y tiene las piernas cruzadas a la altura de los tobillos. Tiene piernas largas y finas, enfundadas en medias negras.
-Los travestis no se ven mucho en el día porque… primero, que los negocios están abiertos, después, los vecinos no los quieren. No les gustan porque ellos lo que tienen de malo es que son quilomberos…En cambio, a las mujeres sí nos quieren un poco más.
Igual que como pasa con los travestis, las mujeres no escapan a la lucha por la esquina:
-Es como que tenés que conquistar la esquina… a mí me ayudó mi hermana, que no se dedica a esto, pero le puso banca a la que estaba acá, aunque no soy pesada, pero hay otras chicas que son pesadas y no te vienen a hablar, o te van a hablar una o dos veces, pero si no, directamente te van a venir a dar una piña o te dicen “Rajá de acá”.
Ese no fue el único peligro en el que se vio Valeria. Cuenta que la prostitución es un trabajo que está lleno de trucos para no caer en situaciones de riesgo:
-Vienen los clientes y vos podes llevarlos a un lugar seguro, o a donde puedas llevarlo con seguridad que no te va a pasar nada. En cambio si te para uno por casualidad tenés que tener cuidado de donde lo vas a llevar y vos manejarte: ‘No, ahí no. Vamos, a este otro lugar’.-Un cliente la llevó una vez al camino a Punta Lara y la dejó sola, en el descampado y sin pagarle.

Con globito, siempre

No siempre tiene razón el cliente, ni se si hace lo que él quiere en este negocio. La mayoría de las trabajadoras sexuales tienen en claro que solamente de ellas depende su salud. Pero muchas veces, la disyuntiva está en las necesidades económicas que tengan en el momento.
-Una tiene que cuidarse, si no, ¡quién te va a cuidar! Acá vienen clientes que te quieren pagar más por hacerlo sin forro… ¡pero es por algo que quieren hacerlo sin forro! -.Marina, Milenka y Celeste comparten su opinión al respecto, lo mismo que Laura.
-Más allá de que necesites guita…tenés que pensar en tu salud porque te arruinan la vida y hay una enfermedad muy conocida que no te la saca nadie…-Valeria sabe de la importancia de cuidarse y por eso, todos los días se acerca a la Asociación de Meretrices a pedir preservativos que le son entregados en forma gratuita (Ver A.M.M.A.R.) -. Los tipos no están concientes y no les importa nada, vienen y te dicen: “¿Con globito o sin globito?”. Y vos les decís: “Con globito”. “Ay no, porque yo no estoy acostumbrado”, bueno…“chau”. No les importa cuidarse o no cuidarse, no les importa la persona que tienen al lado…

El alumbrado público se enciende y bajo el círculo se dibuja en la vereda reaparece la chica de las piernas eternas que asoman debajo de un corto vestido rojo. La noche es larga y prometedora.
Un auto se acerca y la chica sube. Una vez más, como tantas otras.
Por María Elina Silvestri

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Munchi, muy interezante la crónica. Me parece importante mostrar las realidades que nos rodean y que en general son ignoradas y repudiadas por la gente. En general estos temas siempre son tocados, en la televisión y en los distintos medios, de manera superficial y solo con motivo de que sean observados por las masas.

M.M.
María Elina Silvestri ha dicho que…
Gracias, Marcos por la apreciación.Creo, además, que las mujeres que realizan este tipo de trabajos son muy mal vistas y prejuzgadas desde quienes, desde realidades diferentes, pretendemos detentar el poder de la verdad y... hasta dónde la verdad está en nuestra forma de vivir...?
Deberíamos tomar contacto más seguidos con este tipo de realidades que son las forman el espacio que nos rodea para aprender a ser más humildes y agradecidos por lo que nos tocó.
Gracias de nuevo por tu comentario y estás invitado a seguir navegando...

Entradas populares de este blog

Vidas de porcelana

Aquel Peronismo de juguete- Osvaldo Soriano

Al Abrigo, cuento de Juan José Saer