Víctimas de la tentación



Dos señoras de pelo platinado bajan de un taxi en la puerta del Bingo, mientras el guardia de seguridad las mira con cara de cansado y esboza una sonrisa.
- Faltaban ustedes nomás.
- Marcelo… ¿cómo te va?...viste, no podíamos faltar, cobramos la jubilación y acá estamos.- Las señoras caminaron lentamente hacia donde estaba el guardia.
Un cartel rojo gigante con la palabra Bingo, rodeado de luces amarillas, titila permanentemente e invita a pasar a ese gigante complejo ubicado en las tenebrosas calles del barrio hipódromo.
Una extensa fila de taxis ocupa lugar en la vereda. Un hombre de tez oscura, con la camiseta de Boca Juniors, está apoyado en la puerta trasera de un taxi escuchando con atención la transmisión radial del partido de su equipo junto al chofer.
- Hoy lo matamos a los muertos de independiente, chofer.- El hombre vestido de azul y amarillo, asomó la cabeza por la ventanilla del conductor y se dirigió al chofer canoso que estaba dentro del auto con el asiento reclinado.
- Ahora no van a tener de donde agarrase. Los reyes de copas somos nosotros, papá.- El chofer largó una bocanada de humo y miró de costado al muchacho apoyado en su auto.

Las maquinitas: “el que no arriesga no gana”

El olor a puchos y la música estúpida que emiten las maquinas tragamonedas son dos sensaciones que prevalecen en el salón gigante alfombrado de rojo y negro donde hay un centenar de personajes hipnotizados en las pantallas de colores.
Las mozas pasean por los extensos pasillos con una bandeja de metal, y otras mujeres vestidas de pollera gris y camisa blanca canjean fichas en varios puntos estratégicos del lugar.
Muy pocos son los que dialogan en ese ambiente nutrido de personajes. Algunas Señoras que están en asientos contiguos, se relatan su suerte; hay algunos gritos a las mozas o mujeres que canjean fichas para hacerles pedidos. Sin embargo nadie parece estar sobresaltado esa noche de jueves. El partido de Boca allí dentro no parece tener trascendencia. Los televisores del bar lo están transmitiendo, pero son sólo algunos los personajes que lo miran con atención.
- Señorita… no me trae un whisky doble.- Un hombre pelado y de barba, que estaba sentado en una mesa virtual de “Black Jack”, le levantó la mano a la moza, e indicó con los dedos la proporción de bebida que quería.
- Ya se lo traigo señor.- La moza se arrimó hasta donde estaba el sujeto pelado, tomó nota en una libreta de mano y giró en dirección al bar.
Un joven vestido de jean y remera se sentó en la mesa virtual, ocupando el único lugar disponible que quedaba para el “Black Jack”, justo al lado del hombre que había pedido el whisky.
En la mesa había un par se sujetos canosos, concentrados en las jugadas, mirando con atención la pantalla gigante donde aparecía la figura animada de una mujer que repartía los naipes de Poker. Todos apretaban los botones al unísono y sin mirar. El joven introdujo dos fichas, y miraba desorientado el tablero que tenía en la mesa.
- Son ocho pesos, señor.- La moza depositó con cuidado el vaso de whisky, trago largo, delante del hombre barbudo.
- Sírvase, señorita…Gracias.- El hombre le alcanzó la plata, dándose vuelta, e inmediatamente retornó al juego. El muchacho que estaba a su lado, lo miró con atención.
- Dígame jefe… ¿cómo es esto?, ¿cómo hago para apostar?
- Ahí tenés los botones que indican las apuestas…apretá de acuerdo a lo que vas a apostar, y esperá tu turno.- El pelado barbudo, tomó lentamente un trago de whisky, y explicó al muchacho sin perder la vista en la pantalla donde aparecían las cartas de cada jugador.
- Bueno, gracias.- El Muchacho, esperó que concluya la jugada y apostó las dos fichas para sumar veintiuno. Todos se plantaron entre la sumatoria de trece y quince, y el joven pidió una carta más. Acertó veintiuno y se ganó las miradas de asombró y disgusto de los hombres con que compartía mesa.
- “El que no arriesga no gana”, jefe-. Lo miró sonriendo, al hombre barbudo que estaba a su lado.
- “Eso en mi barrio se llama ligar como perro debajo de la mesa”, pibe… jajaja.- El hombre lo miró de reojo y se rió con falsedad.

“Hoy no tengo el cartón de la suerte”

Un hombre de tez oscura, vestido de uniforme azul opaco, está parado en la puerta doble que comunica al salón de maquinas con el bingo; con la mirada fija en el televisor del bar que está a unos pocos metros. Hay un cartel electrónico en la puerta, que indica que pueden ingresar nuevos jugadores o que deben esperar a que alguien cante “Bingo”.
El salón donde los niños cantores mencionan números con voz de computadora, es amplio, limpio y bien iluminado. Hay unos carteles electrónicos en los costados y otro en el fondo, que exhiben los números que van saliendo, la cantidad de jugadas que tardaron en cantar Línea y Bingo, y el pozo acumulado que se lleva quien tuvo la fortuna de acertar todos los números cantados.
Las mesas son redondas y están cubiertas de un vidrio grueso. Centenares de personas están allí sentados. Unos cuantos muchachos vestidos de blanco recorren las mesas, una vez terminada la ronda, y venden cartones a un peso. Otras señoritas levantan pedidos de comida.
Cuando los niños cantores comienzan a relatar los números que salen de una pecera gigante donde revolotean unas pelotas que contienen un número asignado, la gente automáticamente apaga el murmullo y se concentra en anotar con una fibra sus cartones. Predomina un clima tenso con silencio absoluto, hasta que una voz frenética rompe con un grito seco de: “Bingo” y “Línea”.
El ambiente es netamente heterogéneo; hay algunos adolescentes que andan en pandilla buscando asientos, algunas señoras con sus esposos, algunos hombres solitarios y otras abuelas sentadas en grupo.


- ¿Puedo sentarme acá?.- Un joven morocho, caminó lentamente por entre las mesas, se acercó a una donde había un lugar disponible, y se dirigió a un señor de ojeras y piel arrugada que estaba fumando.
- Sí, pibe…vení, sentate tranquilo.- El hombre le corrió la silla para atrás y lo miró amistosamente.
- Bueno, gracias. La verdad que es la primera vez que vengo. ¿Cómo tengo que hacer para comprar un cartón?.- El joven miró a cada uno de la mesa, y de golpe detuvo su vista en un muchacho de ojos saltones que estaba a su lado que pestañeaba constantemente.
- Ahora cuando venga el muchacho de camisa blanca, le compras. Respeta tu turno… es por orden de llegada la compra de cartones.- El hombre sacó un encendedor dorado del bolsillo de su camisa, encendió otro cigarrillo y señaló al sujeto que estaba al lado del joven- este es mi hermano… es mi cabala, todos los jueves tiene que venir conmigo, sino es muy difícil que gane. Él te va ayudar, está atento mirando el pizarrón.
- Bueno, gracias amigo.

El joven esperó su turno para comprar el cartón y se quedó en silencio esperando el relato de los números. El barullo del lugar cesó instantáneamente. Dos muchachos cantaban alternativamente las cifras que salían de la pecera, y todo el mundo estaba encorvado y con la cabeza gacha inspeccionando con atención sus cartones.
El hermano del hombre de ojeras, miraba con atención el cartón del joven, e iba señalándole los números que salían. Seguía pestañando y tambaleaba la cabeza cuado hablaba, sin embargo nadie en la mesa se sorprendía por las reacciones extrañas del muchacho.
Pasaron cerca de cuarenta minutos y el joven permanecía en la silla. Había jugado tres cartones, pero sin obtener éxito alguno. El muchacho de los ojos saltones, seguía firme al lado suyo, ayudándolo a marcar los números que salían. El hombre de ojeras tenía el rostro desanimado, y tomaba un whisky.
- Yo te diría que no juegues más, pibe.- El hombre de ojeras, se dirigió al muchacho con voz áspera- esto es una perdición…y yo ya estoy perdido, pero vos que sos joven… no entres en la misma.
- ¿Hace mucho que usted viene acá?.- El joven lo miró serio.
- Y…desde que existe esto te diría. Y además vengo todos los días, no hay descanso.- El hombre dio una larga pitada al cigarrillo y le señaló a su hermano que estaba con la mirada perdida en las luces rojas de las pizarras electrónicas- Y yo sé que está mal… no me puedo patinar la plata así, éste tiene problemas y yo tengo que bancarlo.
- ¿ Está casado o juntado?.- El muchacho se dirigió al hombre de ojeras, bajando el tono de la voz por las miradas indiscretas de los compañeros de mesa.
- No, yo soy soltero. Vivo con mi hermano desde que murieron mis viejos.
El muchacho agarró una mochila que colgaba de su silla, se puso el pulóver que tenía en los hombros y se paró para irse.
- Bueno, amigo le voy a hacer caso…voy a arrancar antes que me pierda todo.
- Haces bien, pibe. Acórdate de lo que te digo.- El hombre lo miró de reojo, mientras levantaba la mano llamándolo al sujeto que vendía cartones.
- ¿ Usted ya se va?.- Antes de tomar rumbo hacia la puerta de salida, el muchacho se dirigió al hombre de las ojeras, y esperó la respuesta.
- No, yo hasta que cierre no me voy… aunque hoy no tengo el cartón de la suerte. Pero igual, hay que quedarse.- El hombre pegó con stickers sus tres cartones en la mesa, y le avisó a su hermano que el muchacho se iba- salúdalo al pibe, Ernesto.
- Chau, pibe. Nos vemos, cuando vuelvas a venir yo te ayudo de vuelta.- Ernesto lo miró de reojo con sus ojos saltones, y movió apenas la boca para hablar.
- Chau, Ernesto… gracias.- El joven saludó con la mano a Ernesto, y luego miró fijo a su hermano- chau, jefe…¿Cómo era su nombre?.
- Agustín. ¿El tuyo?.
- Mariano
- Bueno, Mariano. Un gusto y nos veremos pronto, peor ojalá que acá no.
- Bueno… si usted lo dice por algo será. Para mi también fue un gusto… Nos veremos.- El joven le dio la mano al hombre de ojeras, se dio vuelta y arrancó el largo camino hacia la puerta de salida, que da al gigantesco salón de las maquinas tragamonedas.
Por Matías Kraber

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