Un lugar sucio y mal iluminado
El bar está vacío, su dueño mira por una de las ventanas a la gente que baja lentamente del colectivo de las nueve. Los ojos del hombre se pierden en la nada, sigue mirando pero sabe que otra vez nadie va a entrar. Tiene las manos en los bolsillos de su pantalón, y cuando ya han pasado algunos minutos, se resigna; agacha la cabeza y vuelve detrás de la barra.
Enciende un cigarrillo, mira el paquete y sólo le queda uno, resopla quejándose de que va a tener que ir a comprar más. Cuando la mano derecha acerca el pucho a su boca, el humo se le enreda entre sus bigotes perfectamente cortados. Después de presentarse aclara que su verdadero nombre es Carlos Canciavigniani, pero que en el pueblo todos le dicen Cavini porque es más fácil, asegura que no le molesta pero que antes le resultaba raro.
- ¿Cómo viene la noche?
- Y... los días de semana no entra casi nadie. Si están las chicas, puede que algunos paisanos se junten a tomar algo. Te consumen bastante pero igual no alcanza- mientras termina de preparar dos cafés, en una maquina que parece que anduviera a pedales, duda si exponer cual es el secreto de los pocos días en el que el bar funciona. Y espera la pregunta, ya decidido de que si viene la contesta y sino dejará el tema ahí.
- ¿Las chicas son...?
- Y sí- interrumpe- para ganarte unos mangos tenés que abrir hasta tarde y tener un par de minas. Lo que pasa, es que no solo trabajan acá, yo las tengo algunas noches, pero no todas. Y además en la semana, nada de viernes o sábado. Ahí se van a lo del Alberto, que se juntan más clientes.
- Pero, el lugar es parte de la Terminal. ¿No te lo prohíben?
- Acá me dejan hacer lo que quiero- larga una risa cómplice y sigue- casi no hay controles, aunque todos saben como funciona. ¿Qué me van a decir si no le hago mal a nadie?
Suena el teléfono y Cavini atiende, después de algunos “si”, “bueno”, “no”; cuelga y con una lapicera que casi no tiene tinta, anota un número de celular con característica de Alvear. Lo vuelve a mirar y levanta las cejas como si estuviera sorprendido.
- ¿Podés creer?... yo no tengo un peso y a mi hijo, la madre, le ha comprado un celular.
- ¿Uno solo tenés?
- Si, no sabés, ahora se le ha dado que quiere estudiar periodismo deportivo. Que se yo, igual todavía es muy pibe, recién está haciendo el polimodal. Pero bueno, si le gusta. Lo voy a llevar a hablar con Pablo Grassi, que empezó este año, en la Facultad de Niembro creo; como para que lo oriente y le cuente más o menos de que se trata. Igualmente mucho no me preocupo, porque viste como son los pibes, el mes que viene puede decir que quiere estudiar... no se, veterinaria, medicina o cualquier otra cosa.
Ahora los ojos incrédulos se le iluminan, pareciera que hablar de su hijo lo tranquiliza. Pide disculpas y agrega que va al baño. Cuando regresa, abre la puerta y le pregunta al policía que está de guardia si quiere un café. Le insiste que se tome uno, que hace mucho frío. Pero ante la negativa del otro, se da vuelta y baja la mano como quitándole importancia al asunto.
- ¿Siempre estuviste acá?
- No, estoy acá en el pueblo hace como diez años, es el cuarto bar que tengo. Antes trabajaba en Capital, yo soy de allá. Lo que pasa es que me tuve que venir porque cuando me pelié con mi hermana vendimos, y como mi ex mujer es de acá, nos mudamos. Además mi hijo tenía casi cinco años y necesitaba laburar.
- ¿Y allá cómo te iba?
- Cuando yo tenía el bar en Capital, ahí sí, vivía como quería. Quedaba frente a una radio, una AM muy importante. Ese café si que funcionaba bien. ¿Sabés quién venía siempre? Alejandro Apo, hasta amigos nos habíamos echo casi. El tipo pasaba todos los días, se tomaba un café o alguna otra cosa y se quedaba un rato. Un hombre muy respetuoso, “¿Cómo anda Carlos?, ¿cómo va el trabajo?”, siempre me preguntaba y me dejaba unas propinas muy buenas, sabés.
- ¿Y en los otros bares de acá?
- Tuve buenas épocas. Antes los pibes me seguían, pero era sólo los fines de semana. Y... no me daba, por eso agarré esto y empecé a traer a las chicas- entra a la cocina y trae dos fotos. En una está mucho más joven y sin bigote en un lindo bar, con un niño en brazos- esa es del bar de Capital. Esta otra es del anterior que tuve acá- en la foto se ve a Cavini, tan viejo y flaco como ahora. Junto a él, un grupo de jóvenes haciendo un cordero en la vereda y de fondo la fachada de un bar, todavía más feo y despintado que el que tiene ahora.
Las cortinas blancas están casi todas cerradas, sólo algunos focos de bajo consumo iluminan el lugar. La puerta principal es toda de vidrio y hace mucho que por ahí no entra un cliente. Delante de ella, afuera, un perro se acurruca protegiéndose del frío. Se llama Boby y todavía no comió, pero ya está acostumbrado; dentro de un rato saldrá a vagar por las calles y regresará a echarse otra vez junto a la puerta.
- ¿Y este bar nunca funcionó?
- No, bah o por lo menos no como yo esperaba. Antes tenía a una chica que se subía a los micros y vendía algún sándwich de milanesa o de fiambre y alguna que otra gaseosa. Pero ahora ya no, porque el que llega, si es del pueblo, se va a comer a su casa. El que está esperando el micro seguramente ya comió, y los pasajeros que siguen en viaje están dormidos o directamente no te consumen nada. Y tras eso, los fines de semana que hay más movimiento porque vienen las visitas de la cárcel, se van a las pensiones donde duermen y comen. La verdad no me quedó otra, pobre piba, la tuve que despedir porque no me daba la plata.
El bar es realmente feo. Hay tan solo siete mesas; dos o tres sillas por cada una de ellas; un pool, al que hay que abrirlo para que largue las bolas y que además tiene el paño bastante gastado en el medio; y, por último, un televisor de catorce pulgadas con una video casetera. Pero lo peor es el olor a aceite y a grasa, que contamina el aire y después de estar flotando un rato ensucia las cortinas, la barra, las mesas, todo.
- ¿La televisión no funciona?
- Hasta no hace mucho tenía cable, igual estaba colgado, pero parece que los vecinos se quejaron de que les quitaba señal y los del canal me cortaron. Así que ahora Julio, un amigo que tiene un video club, me presta dos o tres películas por noche y con eso me las arreglo. La gente igual se queja un poco, más que nada cuando hay fútbol o boxeo, pero igual no le dan mucha bola a la televisión- se ríe, sabe que ni siquiera él se conforma con las películas.
El lugar sigue estando vacío, durante dos horas no entró nadie. Ahora habrá que esperar al próximo micro que llega a las 11.30hs. Y sino, no quedará otra que permanecer ahí, como casi todas las noches. Rezando para que “las chicas” acarreen clientes y los hagan consumir, para que Cavini pueda abrir la caja registradora; que de seguir, como hasta ahora, seguramente se llenará de telaraña.
Por Luciano "pájaro" Fondado
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