El "BM" y la carreta en la feria de La Plata


Bienvenidos al Paseo de Compras del Sur. Así recibe a sus clientes la feria paraguaya de La Plata los jueves, sábados, domingos y feriados. Es temprano y todavía la gente no ha ocupado totalmente el espacio. Los pasillos están despejados y muchos de los puesteros siguen acomodando la mercadería a la espera del cliente. El estacionamiento acaba de abrir las puertas y poner el cartel que dice: Hay lugar, $2. Enfrente también hay estacionamiento, pero para motos y bicicletas. Un chico las recibe a la entrada, la cuelga de la rueda trasera y le da un número al dueño para que la pueda retirar sin inconvenientes.
Una chica pasa por el pasillo ofreciendo a comida de uno de los negocios del patio de comidas. Camina con paso lento por cada uno de los ocho pasillos de stands. Lleva un delantal a cuadros en colores cálidos y gorro verde que en algún momento fue más oscuro. -¿Quiere encargar algo para almorzar?, ¿A qué hora se lo traigo? –Anota en la libreta el número de puesto y el pedido. Todavía no es el mediodía, pero es preferible asegurarse el almuerzo. Más tarde el patio de comidas va a estar lleno y la demora va a ser mayor.
Una mujer se acerca al teléfono público. –Hola, ¿me podrías traer una pizza de muzzarella para el puesto 42 de la feria paraguaya?... Bueno, pero traela rápido, por favor. –Mientras tanto mira a su hija de catorce años que se quedó en el puesto por si alguien necesita ayuda.
La parrilla ya está encendida y el humo forma un hongo sobre el tiraje y avanza sobre el sector de las mesas. Atrás, un cartel grande dice Parrilla “La Academia”, sobre el escudo de Racing Club. Un chico de unos quince años repasa las mesas y abre las sombrillas. Tiene el pelo rubio ceniza y largo hasta los hombros. Al rato aparece con un delantal azul algo desteñido y con algunas manchas de grasa. La gente pasa y mira los precios. - ¿Qué se va a servir?, ¿Quiere tomar asiento? – Los clientes lo miran y sonríen. Algunos se quedan.
El dueño del café observa con el entrecejo fruncido a dos chicos que toman nota. -¿Están haciendo algún censo, algún estudio sociológico?, porque esto está bárbaro para esas cosas. Fíjense que acá se cruce el “BM” con carreta… ¡Es genial!... –Explica que dentro del paseo de compras se gestando una necesidad de hacer conocer el lugar como un paseo de compras, no como “la feria paraguaya”, tal como la conocen todos. La feria tiene otras características, distintas a las que se encuentran ahí. -…Pasen después, que les convido un café. Suerte.-
El Paseo de Compras del Sur está ubicado en una zona de asentamiento de inmigrantes paraguayos y bolivianos. Lo que se hoy se conoce como feria paraguaya, tuvo sus inicios como un lugar de oferta y demanda entre los pobladores del barrio Villa Montoro. De a poco fue tomando forma y amplitud hasta sumar los 233 puestos con que cuenta.
Es un barrio de casas bajas y la mayoría no tienen revoque por fuera. Predominan los patios grandes y el potrero, donde un grupo de chicos acaba de tirar la moneda al aire para ver quien saca. Mientras la feria bulle, afuera la gente toma mate en la vereda y conversa con el vecino.
Los puesteros también notan la presencia de estos chicos. Los miran, los ven pasar. Se miran entre ellos frunciendo el ceño y levantan el mentón. - ¿Serán de inspección estos, che? – No, sólo son estudiantes que observan y anotan. Totalmente inofensivos.
De a poco entra más gente y los pasillos se van poblando, y el aire se vuelve pesado, denso y húmedo. El techo de chapa y fibra de vidrio contribuyen a ese clima de efecto invernadero. Y la multitud también. Hay casi tres metros de espacio entre un puesto y el de enfrente, por lo tanto la circulación debe ser como en un camino de cornisa, si viene alguien de frente hay que ceder el paso para, después, poder avanzar. Los pasillos tienen techo a dos agua cada uno, que desembocan en una canaleta. Esta transporta el agua hasta la entrada del pasillo y la vierte en unos caños cloacales blancos que, a la vez, forman arcos que sostienen la estructura.
No sólo hay ropa en la feria. También hay accesorios, talabarterías y… hasta una peluquería. Caballeros $6. En la puerta hay un cartel que dice: “ Saque número y espere. Pase de a uno.” Es un cubículo cerrado con placas de madera terciada y una ventana a cada pasillo cubierta por acrílico. Adentro está el sillón, un espejo y los utensilios necesarios para el oficio. Sólo hay lugar para el peluquero que camina de costado y, cada tanto, se pasa el antebrazo por la frente. Un banco improvisado con una tabla es la sala de espera para sólo dos personas… pero sobre el pasillo y sin revistas con que entretenerse durante la espera.
La mayoría de los stands comparten ciertas características. Son espacios de las mismas dimensiones con un gran tablón donde la ropa estás ordenada por marca color y tamaño de las prendas. Pero también se usa el espacio aéreo. Las varillas metálicas que sostienen la estructura y el techo sirven de perchero para que los modelos se luzcan mejor. La gente que transita suele enredarse en la ropa que está en exhibición fuera del stand.
Sólo un local marca una diferencia estética notable con los demás. Son dos stands enfrentados. De un lado, las paredes están recubiertas con durlock pintadas de color fucsia y varios maniquíes están vestidos con ropa informal. En frente, los colores se tornan ocres y la luz es más tenue. En los percheros hay ropa de fiesta. Del techo cuelga una bola de espejos que, al girar, irradia destellos de colores.
- Me gusta esta, ¿me la puedo probar?
- Sí, pasá por el probador. – Ese receptáculo que debería tener las dimensiones suficientes para que una persona pueda vestirse y desvestirse con cierta comodidad, en la feria es un espacio compartido por dos o más locales donde hay que hacer cola y esperar el turno.
Las etiquetas y los bordados en los bolsillos de las camisas generan una atracción particular. El famoso jean Levi’s es la mercadería deseada, y provoca fascinación en aquellos que escuchan el precio: 45 pesos. Legacy, Ufo, Polo, Kosiuko… un sin fin de marcas reconocidas tienen su sede en la feria a veces a mitad de precio. Algunos cocodrilos miran para el lado opuesto, pero eso no modifica el porte de quienes lo lucen orgullosos. Toda la moda está ahí, las cosas que se vienen para la temporada primavera – verano 2006. Lunares, flores, rayados marineros, puntillas y encajes. Todo está a la vista y al alcance de los clientes, con la única condición de que paguen al contado. Ninguna tarjeta de crédito o débito es aceptada. Sólo moneda contante y sonante.
Una abuela hace “shopping” y la siguen tres adolescentes
-¡Qué caras me salen las nietas! – Le guiña el ojo a la vendedora que, con un palo de escoba que termina en un gancho, intenta descolgar la remera que le gustó a una de las chicas.
-¿Cuánto está?
- Quince pesos esa remerita
- Si llevo tres me haces precio, ¿no?
La vendedora ensaya su mejor sonrisa y le dice que no está el dueño, que él es el que maneja esos temas. Al final, no compran nada. Las chicas se acordaron que en un puesto más allá tienen otras que les gustaron más y se van a probar suerte en otro lado.
Un repartidor busca el puesto 42. Tiene el casco apoyado sobre la frente y un rompevientos amarillo. Llegó la pizza. Saluda a la mujer por su nombre y se va. El movimiento ahora es más intenso, y madre e hija se turnan para comer tranquilas. –Guardale un pedacito a papá, que viene del depósito con mercadería nueva y va a llegar muerto. – La chica cierra la caja y la esconde bajo el mostrador.
Dos mujeres se sientan a almorzar bajo un sombrillón. Tienen alrededor de sesenta años. Visten pantalones con raya y modernos blazers de gabardina. Las dos son muy rubias, casi platinada. En el dedo meñique de una de ellas, brilla un anillo de oro. Levanta la mano y llama a la camarera para que les tome el pedido y junte los restos que habían quedado sobre la mesa de los comensales anteriores. En ese momento, un perro con las costillas marcadas sobre el lomo y un tumor en una pata se acerca a esperar que caiga algo para comer. Ahí no hay nada, y sigue hasta otra mesa.
El horario de almuerzo ahí no tiene límite. Una mujer se sienta a descansar y le compra un helado a los nenes. Busca una silla y apoya las bolsas de las nuevas adquisiciones. Todas son blancas, sin inscripción; y en su interior, ninguna prenda permanece doblada. Uno de los nenes sale corriendo al baño. La madre lo sigue y lo lleva al de mujeres contra la voluntad del chico que ir sólo al baño de hombres.
El día parece detenido en un continuo ir y venir de gente. Los puesteros empiezan a mostrar signos de cansancio y ya no preguntan con tanta frecuencia “¿Qué buscabas?, ¿Te puedo ayudar en algo?”. Sólo dejan que la gente pase, vea y levante la mercadería a gusto.
Una adolescente pidió permiso al dueño del stand para salir un ratito. Fue al teléfono y llamó a su tía: “Por favor, avisale a mamá que hasta las nueve y media, diez no llego a casa porque hoy me tomaron acá en la feria…no, solamente por hoy, pero tal vez me necesite el fin de semana que viene”.
La gente sale y busca su auto o bicicleta. Van cargado de bolsas blancas. La feria no es un lugar cercano al centro de la ciudad pero, de todos modos, dos líneas de colectivo pasan por la puerta de Paseo de Compras del Sur. Servicio a la puerta.
Alrededor de las 20 el movimiento comienza a disminuir. Ya no hay tanta gente caminando en los pasillos y en la parrilla “La Academia” sólo queda un trozo de tapa de asado sobre las brasas. Los bordes del corte están vueltos un poco hacia arriba y la carne ya no brilla. El chico de delantal azul corta un pedazo que se lleva a la boca. Las mandíbulas se le ponen tensas y la cara enrojece un poco. Tiene el sabor de un cartón corrugado, sin nada de eso que hace de la carne un majar.
En el patio de comidas las sartenes quedaron sobre los anafes y con el aceite de las papas fritas, adentro. Las ventanas y puertas se cierran con candado. En la entradas, el vigilante mira el reloj. Al lado del portón tiene una sala que usa de escritorio y que ya acondicionó para pasar la noche. Sólo quedan los puesteros adentro, que ponen en orden la mercadería para el día siguiente.
El portón de entrada se cierra, y los puesteros salen por una puerta recortada en él. Las luces se apagan, y adentro quedó el vigilante en compañía de la radio.
Por María Elina Silvestri

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Matias, ya lei el material del blog; ante que nada te felicito por la idea de plasmar algo asi. Mas alla de mi opinion, que en este caso no tiene ya ningun peso, la cuestion pasa por abrir espacios a la escritura y empujar con ella como bandera. Creo, sin temor a equiviocarme que escribir es eternamente un acto de experimentacion, de creacion y de compromiso; hemos perdido culturalmente ese bello don que los dioses nos dieron, hemos dejado de lado esta herramienta para transformarnos en amebas de consumo visual, determinados exitos televisivos ameritan esta afirmacion, y hemos pasado de hacedores de palabras a consumidores de extrañezas y espectaculos absurdos que en forma de programas televisivos nos llenan la cotidianeidad. O sea, de usar esa belleza que es la escritura nos hemos travestizados en voyeur de imbecilidades. Tu blog denota la generosidad de aquel que no ceja en la batalla de defender la letra escrita.

Tan solo te puedo decir que sigas adelante, que impulses a otros a esta trinchera donde se defiende no solo el oficio de escribir sino el elemental acto de pensar. Un abrazo, Malharro
Matias ha dicho que…
Agradezco inmensamente el comentario de nuestro profesor de Gráfica Martín Malharro; por habernos impulsado a la escrtura, por habernos cambiado y pulido el estilo, la forma y el compromiso de escribir. Ojalá lo tengamos pronto visitándonos por el sitio. Publiqué éstas líneas, que me llegaron al mail, porque representan las ideas que pregonamos, o ese ideal que modestamente intentamos alcanzar.
Saludos, y un abrazo grande.
Anónimo ha dicho que…
Hola Matias!! me encantó tu nota! te cuento que también fui alumna de Martín!! cuanto disfruté esa materia, te juro que la volvería a hacer!
felicitaciones
Un beso
Marcela

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