Justamente Rocío



A Paloma Karukinka


Cuento, del y yo y su otro yo. Por Marcos Gutiérrez

“Un cuento se podría escribir de tantas formas, se podría escribir por el sólo ejercicio de escribir algo, de mantener la muñeca caliente y la cabeza afilada, se podría escribir queriendo dejar un mensaje que es, al fin y al cabo, la razón de ser de la literatura. Pero hoy escribo para desahogar el alma, por pura necesidad de descomprimir el pecho. El asunto está en saber qué quiero escribir...”

Solía pasarme siempre que Milagros iba a llamarme, la eterna flagelación en silencio frente al teléfono. Dijo que a eso de las cinco para charlar un rato de la vida. Aunque claro, cuando Milagros decía “la vida”, se refería a nuestra visa, a nosotros dos caminando por el bosque o Plaza Moreno, comiendo un pancho o mirando una película en el San Martín. Ni a mi relación con Rocío ni a la de ella con Franco. Pero ahí estaba yo unas cuatro horas antes, mordiéndome las uñas y arrancándome el corazón por la boca esperando la llamada; podría haberme quedado un par de siglos esperando el desgarro de la voz de Milagros leyéndome a Neruda por el tubo. Pero no. Nada, ni una señal de nada. No había nosotros en Plaza Moreno ni relación con Rocío o Franco, había alguien esperando la llamada como desde otra época, como desde hace meses atrás cuando éramos dos: ni Franco y Virgilio, ni Rocío y Milagros. No éramos tanto, solamente dos. Justamente Rocío llegaría cerca de las diez de la noche preguntando como desesperada por Franco para saber si no había visto el gatito blanco de la vieja del kiosco de la esquina que lo pedió hace unos días atrás pero que a la muchacha de la planta baja le pareció ver saltando el paredón que da a la cochera de junto. “No Rocío, Franco no está, estuvo todo el día esperando una llamada de Milagros”. Esperando. Un café que ya está frío y hace varios ceniceros: tango. Esperando. Y afuera llovizna y frío: más tango. Esperando. Pucherito con la trompa moviendo el hocico de un lado para el otro, Rocío empapada de llovizna y frío me mira con bronca. Se le nota en las cejas y en la nariz y porque respira con violencia como si quisiera inflar el mundo con sus atrofiados pulmones. Desde lejos me pregunta:
- ¿Quién está hoy?
- Virgilio, también esperando a Milagros
- ¡Pues hoy Milagros no está, estoy yo: Rocío!
Se acuesta enojada, le miro las cejas y la nariz y pienso “está enojada”. Me acuesto con ella. Aún espero que suene el teléfono que no va a sonar, la eterna flagelación frente al teléfono. La casa queda en silencio, solamente se siente la respiración del osito que sigue queriendo inflar el mundo con sus pulmones. No debería estar enojada porque por fin somos dos, aunque no la combinación correcta, está bien, pero dos al fin y al cabo, nada más que dos.

Virgilio y Franco más allá de las diferencias y de las obvias similitudes sufren de la misma forma la espera de los teléfonos que no sonarán, la eterna flagelación en silencio. Lo sé porque a mi me pasaba (y me pasa) lo mismo. Es un terror que nos cala hasta los huesos, el terror de la dependencia al teléfono: aparato inventado seguramente por el mismísimo Luzbel. A mi me suele pasar (como a ellos), que el esperar una llamada (sobretodo si es de Milagros) me provocaba ganas de querer lanzarme como un maldito desquiciado arriba del aparatito y obligarlo a sonar, obligarlo a traerme la voz desgarrada de Milagros leyéndome a Neruda por el tubo. Pero no, podía nunca pude atacarlo. Él me acechaba tímido y como desde un sueño reparador e inofensivo durmiendo sobre la mesita junto a la ventana del living room. Me acechaba blanco, con una paciencia derribadora de muros de acero y en silencio. El silencio es el arma con la que nos acecha. Buscan despertar nuestra impaciencia, la impaciencia que nos alarga las horas, las estira como elásticos, le eternizan los minutos, le multiplican los segundos y nos hacen infinita la espera. Los teléfonos nos atacan en el tiempo y su arma es el silencio.
Franco esperó toda la tarde la llamada de Milagros, a veces aparecía Virgilio que sacaba un pucho y se hacía el desentendido, aunque cada tanto le pegaba una pispeada de reojo al teléfono y entonces volvía Franco y ponía un poco de música como para cortar con la monotonía de la espera o con el acecho del teléfono. Lo más lógico sería que Milagros llamara a Virgilio, no a Franco y que a éste lo llamara Rocío y no Milagros, pero todo esto no tenía nada de lógico, cualquier cosa podía pasar, bueno no cualquier cosa porque imposible que Franco y Virgilio hablaran de algo o que Rocío y Milagros lo hagan, aunque Franco afirma haberlas visto (pese a las desmentidas por parte de ellas) tomándose un café en un bar de calle 48. El resto de las combinaciones podían darse y de hecho se habían dado un par de veces. Ahora Virgilio duerme con Rocío hocico de osito inflando el mundo, piensa que debería estar durmiendo con Milagros y que, en todo caso, Franco tendría que estar en su lugar. Tan patético ser Franco: ir al trabajo, escribir un par de crónicas, volver, besar en la frente a Rocío, charlar un rato de la vida y acostarse. Patético e infeliz Franco, muñequito de rutina, títere de los relojes. Pobre y lamentable tipo que sueña con la voz de Milagros leyéndole Neruda por el tubo del teléfono. Osito que me respira en la oreja y se despierta, me acaricia el pelo y vuelve a dormirse. Sigo con la lectura del insomnio, la del camino largo y la acompaño de otro cigarrillo, la miro como la luz del velador le dibuja ríos y lagos en el cuerpo con la sombra de las sábanas; le miro cono el pucherito se le va perdiendo a medida que se queda más dormida, como el viento le besa los labio. Se va durmiendo esperando tal vez despertarse con Franco para que le ayude a buscar el gatito blanco de la vieja de la esquina, y tal vez lo haga hocico de osito queriendo inflar el mundo; tal vez mañana por la mañana se despierte con Franco y salgan a buscar el gatito blanco.

No alcanzarían todas las palabras en todos los idiomas habidos y por haber para describir a Milagros, para plasmarla en un papel, cómo describir solamente con palabras sus aires felinos de gata bajo la lluvia (o en los tejados), cómo describir esos suspiros cortitos como cientos de muertes instantáneas mientras cierra los ojos y hacemos el amor, cómo describir a Milagros esa noche tomando vino ya muy borracha mientras me invitaba con los ojos zíngaros y las caderas felinas a llevarla a la cama, a caminarle con los labios el cuerpo, a dibujarle un poema en el pelo, a atormentarnos las barrigas de abejas y mariposas y es un tormento dulce. Y cómo no describirla llorando la muerte de una vela, la muerte de la luz y el calor, la muere de muestras figuras en la habitación, de las miradas que se pierden en las sombras y buscan unos cuerpos que ya no están allí ¿Cómo describir a todas las Milagros? Cómo no nombrarla esta mañana buscándome en la habitación, perdida y desorientada de la luz del sol mientras se le hace un torbellino de Titánic en el desierto el cuerpo enredado en las sábanas. Y yo la miro como desde lejos, como si en verdad no fuera yo quien la besa en la barriga, ya no más hocico de osito , eso fue anoche, hoy ojos zíngaros y caderas felinas y torbellino de bañeras atestadas de flores y piyamas en el living. Todo pasa en otra parte, en la vereda de enfrente, detrás de un enorme vidrio, dentro de una bolita de cristal azul o como si proyectaran una mala película húngara frente a mi. Y veo a Milagros que empieza a transformarse en Rocío (o al revés, no importa) que intenta bajar las persianas para poder seguir durmiendo un poco más con ese que de alguna forma soy yo. Justamente Rocío hocico de osito (hoy más ojos zíngaros y caderas felinas) recuerdo que asustada me esperabas sentada en el Pasaje Dardo Rocha leyendo no sé que librito que habías encontrado por ahí (o te habían regalado) y me miraste tan frustrada cuando me senté junto a vos, pendí un Parissienne y enseguida te abordé con algún cuento de Borges o Bioy y te anulaba el librito (tapa blanda, con jirafa en el inodoro) con mi soberbia de seudo literato, porque los seudos literatos somos siempre los más soberbios y los menos literatos. Y así empezaba a arrastrare hasta mi mundo, esa caja fría de cartón gris y sábanas húmedas y vos que querías seguir dentro de la burbuja azul que es el tuyo, donde todos lo lunes nieva y en donde tus anteojos cuadrados se volvían los mil ojos de Argos, esa bolita azul a la que nunca pude entrar. Y yo sabía y sé que no me querías seguir la corriente (y no te perdono por ello), preferiste esa tarde caminar conmigo perdida detrás de las huellas de un puma extravagante que te dejó esa tarde caminando junto a mí pero con lo ojitos en cualquier otro lugar, tal vez en paseando dentro de la bolita azul ¿Cómo describir a todas las Rocío que viven en esa figura alta y delgada debajo de una lluvia de rulos que le adornan los hombros, esos rulos donde alguna vez dibujaré un poema?¿Cómo describir a Todas las Milagros que viven debajo de la misma lluvia de rulos?

El gatito blanco apareció. Ahora duerme sobre la falda de Rocío que lo acaricia despacito y escuchamos Norah Jonnes. Yo la veo que lo acaricia pero sé que está pensando en otra cosa, no en el gatito. Debe estar pensado en por qué yo ayer esperaba una llamada de Milagros, Virgilio tendría que esperar esa llamada, no yo. La enredo con mis besos pero ella me enreda con su silencio y somos, únicamente dos, lejos, pero somos dos. El juego termina en que solamente somos dos, pero el juego aún no termina. Sin embargo ella se acostó con Virgilio anoche, bien podría haber esperado a que yo llegara, auque nunca llegué. (Gatito blanco mueve la cola impaciente, hocico de osito deja de acariciar). Es trágico, simplemente hubo un terrible desencuentro. Las diagonales de esta ciudad nos han hecho perder el rumbo de los corazones. No, no es cierto. No puedo culpar a La Plata o a París o a Cortázar o a Neruda o a Norah Jonnes. Yo también me pregunto por qué esperaba una llamada de Milagros ayer.
-Anoche soñé con vos –dice Rocío y rompe con Norah Jonnes, ahora menos telón de fondo.
-¿Conmigo o con Virgilio?
-No, con vos Franco.
-¿Y qué soñaste?
-Te soñé, mirá que raro, caminado por un camino pedregoso como en el noroeste del país, viste que es medio desértico. Bueno, era raro porque yo sabía que eras vos pero lo sentía como si fuera yo, como si yo estuviera en tu cuerpo. Ibas caminando asustadísimo, no sé de qué, pero lo sentía: venías asustado; llevabas un traje negro pero estabas descalzo, lo sé porque podía sentir las piedritas y la sangre en los pies. Bueno, de repente no sé por qué pero apareces en un laberinto con millones de espejos, y yo veía tu figura reflejada pero que en realidad no eras vos.
-Eras vos Rocío.
-No, tampoco. Eras vos Franco, pero distinto... como si no fueras vos físicamente. Y estabas atrapado pero para poder escapar lo tenías que hacer a través de tu reflejo.
-Está complicado tu sueño.
-No pará, ahora viene la mejor parte: mientras vos describías cada una de las figuras reflejada, esa figura encontraba una salida y el espejo se llenaba de otra figura distinta. Sin embargo no había ningún reflejo tuyo, los espejos nunca te reflejaban y vos nunca podías salir.
-O sea que quedo atrapado.
-Si.
-¿Y cómo termina tu sueño?
-No sé, no me acuerdo más.
Me acuesto. Hocico de osito (ojos zíngaros y caderas felinas) se queda mirando una película. Me acuesto Virgilio. Franco ya encontró el gatito blanco y aún no se lo devolvió a la vieja del kiosco de la esquina. Franco quedó atrapado en el laberinto de Rocío y puede no aparecer por el resto de la noche. Tercer cigarrillo del insomnio y primer recinto del séptimo círculo. Milagros que aparece camuflada bajo la lluvia de rulos, pareciera que en verdad sus anteojos cuadraditos son los mil ojos de Argos porque trae la mirada perdida pero esquiva los obstáculos de la pieza como si los conociera de memoria (y es que en realidad los conoce). Señala el libro y me dice “vos sos mi Virgilio, mi guía por el camino largo”. Nos besamos. Cataclismos de las sábanas y mucho más de dos. Nos exploramos las almas en cada beso y me hundo en su pelo dibujándole un poema. Y volvemos a ser nada más que dos, como en el principio. Porque no importa con cuantos hombres vienes en tu espalda, no importa a cuantas mujeres le he dibujado un poema en el pelo, hoy acá, estamos solos: eso importa.
Porque sos vos Rocío o Milagros el espejo que me refleja y es tu cuerpo pardo en mi habitación el laberinto en el que me pierdo. El gatito blanco del kiosco que aparece y nos reímos. Salta a la cama y lo hacés jugar un rato con una cintita verde y nos reímos juntos buscando no ser nadie, como desde hace meses atrás, ser solamente vos (hocico de osito, ojos zíngaros y caderas felinas) y yo en este cataclismo de sábanas y besos tibios de humos de cigarrillo y gatito blanco del kiosco. Y es posible que Rocío y Milagros o Virgilio y Franco sean las descripciones que usamos para escapar, nuestras descripciones frente a estos millones de espejos que somos vos y yo. Entonces no quiero escapar del laberinto, no quiero encontrar mi imagen en un espejo y no la voy a encontrar, porque mi reflejo sos vos hocico de osito, ojos zíngaros y caderas felinas y esa es la imagen que necesito para poder llevarte hasta el final del camino.

El gatito se quedó dormido, Rocío lo mira como si fuera un juguete y empieza a molestarlo con el dedo esperando alguna reacción. El gatito blanco implora con un débil maullido que lo dejen en paz, pero Rocío insiste. Yo la miro cada tanto por encima del Dante y prendo otro cigarrillo. Le pone la cintita verde en el cuello y el gatito blanco que se levanta y se va a las puteadas.
-Yo digo que no se lo devolvamos nada –dice Rocío.
-Me parece buena idea –asentí.


Por Juan Marcos Gutierrez

Comentarios

Matias ha dicho que…
Marquitos Schopenhauer querido!!: Sabés bien lo que te aprecio y estimo. Además de amigo, admiro tu capacidad intelectual y tu lírica, donde hay mucha lectura de Cortázar.
Este cuento es el que más me gustó de los que leí, quizá tmb el que más me llega e identifica en varios puntos. Un abrazo grande, y ojalá sigas mandándome cosas par apublicar. "Hasta la victoria siempre" amigo

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