¿ Qué es la muerte?
La noche estaba hirviendo y el aire pegajoso. El olor a sexo la perseguía por toda lados, y ella corría entre la oscuridad de los callejones. Corría y frenaba, y miraba para atrás y creía que nunca se iba a poder escapar. En sus oídos, sonaban una y otra vez aquellas palabras. Las que la atormentarían por siempre, las que había escuchado hacia un rato.
Las manos ensangrentadas le temblaban; no sabía de quién era esa sangre. Se agarraba la ropa rasgada, los pelos llenos de polvo, la cara casi deformada y gritaba. Y aunque lo hacia con todas sus fuerzas, las palabras seguían retumbando en sus oídos. Se los tapaba y se ensuciaba con sangre y se llenaba de olor; lo único que quería era morirse.
Estaba descalza y los pies se le lastimaban cada vez más, iba dejando su piel contra el piso. Pero no le dolía, el otro dolor era mucho más grande, demasiado pesado para ella sola. Creía que necesitaba morder el aire para respirar, no lo encontraba y se ahogaba con su propia desesperación. Con su propia sangre coagulada en su nariz y en su boca.
Los ojos firmes, siempre bien abiertos buscando el camino, la salida que la llevara al olvido. Pero no la encontraba, era demasiado tarde; todo había pasado y no se podía cambiar. Y mientras pensaba en esto, se iban las palabras; pero todo ruido era amenaza. Cuando no pensaba volvían, con ese olor y esas imágenes de dos brazos que la agarran y no la dejan ir. Y el revolver golpeándole la cara y entrando en su boca.
Y apretaba las manos, lo hacía con todas sus fuerzas pero la calentura, la vergüenza y el desconsuelo no se le iban. Nunca se le iban a ir, se quedarían junto a ella.
Mientras seguía corriendo, miraba la piedra que todavía llevaba en su mano, la quería soltar pero no se animaba. Era lo único que tenía, pero... ¿si la hubiera tenido antes?; seguro que ahora no la tendría. No se lo podía reprochar, nadie podría hacerlo. No quiso pensar más y se dejó caer, permitió que el desmayo le gane, porque ya que no estaba muerta, pensó que esa sería la única forma de que el olor se vaya y de que las palabras se acaben.
Por Luciano "Pájaro" Fondado
Comentarios
Pienso que la consciencia de nuestra limitación debería hacernos más comprensivos, más solidarios, más humildes...
Un saludo muy cordial desde Atenas.